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Nuestras Fiestas

Las dos principales fiestas grullenses de antaño van de la mano, como el agua y el aceite, sin mezclarse.

El uno de enero inicia la fiesta religiosa que se prolonga hasta el 12; luego, al día siguiente, la fiesta pagana, que dura otros 12 días. Difiriendo de los arrepentidos, como quien dice, primero me doy golpes de pecho y luego jalo la reata – o pido perdón – y luego profanamente me doy permiso.

Continúan las cabañuelas (días de fiesta que se agregan para los muy picados) con el propósito de beneficiar alguna institución.

Fiesta Patronal dedicada a Santa María de Guadalupe.

Ésta, organizada de tal manera que incluye la participación de todo el municipio dividido en sectores, además de la representación de las parroquias Santa María de Guadalupe, el Sagrado Corazón y, recientemente, San José Obrero.

Las procesiones sectoriales en su peregrinar son observadas con todo respeto en las calles por las que pasan.

Inician desde la parroquia o sector al que pertenecen para finalizar en la parroquia de Santa María de Guadalupe. Al frente va el carro alegórico anunciando el sector que representa, seguido por los ligeros y hábiles danzantes, muy bien ataviados y con su música de tambor y violín o chirimía. Luego, muy ordenadamente, con vela encendida en mano y algunos hasta uniformados, los peregrinos del sector van entonando cánticos y alabanzas, continúa la banda de música sonorizando el ambiente religioso festivo, sin faltar “La Guadalupana” y “Las Mañanitas”. Al final, a prudente distancia, el cohetero.

Al término de la celebración, a escuchar la serenata con la Banda Municipal y degustar algunos tamales, enchiladas, churros u otra golosina, sin faltar las charlas informales en espera de que el reloj marque las 10:00 de la noche para la quema del castillo, que es donado año con año por algún feligrés en honor a Santa María de Guadalupe, en la fe de verse favorecido multiplicando sus ingresos.

Continuará… Leonel Michel Velasco

REBELDÍA

Rodo Mismo Diferente

Rebeldía.

Rebeldía tener un chiquero con una puerca parida con 11 cerditos en medio del rancho, donde la secretaría de salud lo prohíbe.

Rodolfo Gonzáles Figueroa

Rebeldía tener un huerto de traspatio con 15 variedades de hortaliza en una zona urbana donde nadie se lo imagina y donde Aurrera comienza su quiebra.

Rebeldía no podar el árbol de tamarindo de 50 años de edad, no tumbar el mango de 75 años que llena la casa de hojarasca y la barriga de dulzura en tiempo de fruta.

Rebeldía salir solo, de noche y caminando a observar el cielo, leer las estrellas, gozar el atrevimiento y prescindir del miedo.

Rebeldía conservar 6 variedades de maíces nativos, reproducirlos, nutrirse mutuamente, generar soberanía ofendiendo a Monsanto.

Rebeldía mantener la técnica y el gusto por trabajar la tierra tradicionalmente, negarse a los apoyos que impulsan lo modernización, la tecnificación, la especialización, la contaminación.

Rebeldía escuchar la música del viento, del territorio vivo, cerrar los  oídos a las modas sonoras y abrir la percepción a la canción del corazón.

Rebeldía jugar como niña, llorar como niño, ser infantil  y buscar siempre la diversión en los detalles pequeños.

Rebeldía ser homosexual sensible en tiempos de machismo asesino, no tener partido, ni religión, ni amo.

Rebeldía seguir vivo y ser libre.

Rebeldía poder reír a carcajada en medio de un frívolo discurso político de la amnesia.

Rebeldía negarse a aceptar los programas de gobierno de la sumisión y el despojo.

Rebeldía no reconocer como único y mejor el conocimiento científico ofertado en la universidades que despoja el saber y niega la sabiduría de la abuela.

Rebeldía crear y creer nuestras teorías, validarlas con la experiencia, organizar desde el sentimiento propio la vida nuestra, de la familia, de la comunidad.

Rebeldía cocinar en fogón los frijoles y el maíz cosechados en casa.

Rebeldía hacer trueque, intercambio, regalar abrazos, esperanza, energía.

Rebeldía ser solidario, compartir la comida.

Rebeldía no ir al médico, consultar a los y las sanadoras, encontrar medicina en cada planta, en cada respiro, en cada buena emoción.

Rebeldía andar descalzo, generar callos, sentir la tierra, vivir con la tierra.

Rebeldía defender lo propio, fortalecer los modos y formas locales.

Rebeldía escribir lo que se piensa, hacer público lo que sentimos, compartir la indignación, la felicidad, hacer lo que se dice.

Rebeldía día a día, cuando saludamos al sol, respiramos profundo y sin consultar relojes ni jefes desenvolvemos nuestro quehacer por amor.

Rebeldía actuar sin la razón, desapegados de la posesión.

Rebeldía y osadía seguir alegres y sanos y juntos y fuertes y abrazarnos y ser más y más y cada vez más.

Rebeldía seguir creyendo muy tercamente que otro mundo es posible, que los tiempos venideros serán mejores, que aquí y ahora decretamos; ¡libertad!

Viaja la voz,
que sin la boca sigue…

El Arraigo.

El Arraigo.

foto LMV
Panorámica desde la Parroquia Santa María de Guadalupe, El Grullo, Jalisco.

 

 

No cabe duda que El Grullo ha sido una población muy festiva, al grado de que muchos de sus moradores, oriundos de las poblaciones aledañas, se han visto cautivados y atraídos, jalados por ello; al igual que mucha de esa población flotante que en su caminar, de paso, ha echado sus raíces en esta tierra grulla, que ahora también les pertenece.

Así pues, la mayor parte de los abuelos y bisabuelos de este joven y feraz valle no nacieron aquí. Son gente arraigada, de espíritu festivo que promueve fiestas y sigue tradiciones. Familias de apellido, entre los más comunes: Robles, González y García, de Ejutla; los Zepeda, de San Martín Hidalgo; los Covarrubias, de Juchitlán; los Guerrero, de Tuxcacuesco; los Arriola, Uribe y Moreno, de Unión de Tula; los Negrete, de San Juan de Amula; los Avalos y Floreslos de Tonaya; Michel, Gómez y Corona, de Autlán, y algunos otros llegados de otros Estados como: Colima, Michoacán, Tamaulipas y Tlaxcala. En fin, los Saray, los Figueroa, los Ramos, los Velasco, los Pérez, los Preciado, los Hernández, los Genel, los Ortiz, sólo por nombrar algunos entre los más prolíferos, y otros, más los que se me escapen, los considerados fundadores.

No cabe duda que fueron los cohetes −de trueno y luces−, los globos de papel de china, su música y algarabía – muy propios del grullense- , los cánticos sacros o el agua zarca del colomo y su fértil tierra de verdes cañaverales, melones, tabaco, algodón, cártamo y maizales, entre otros. O su feria con los gallos y el tuxca que le dan su colorido. Fue su gente, la belleza de sus mujeres o los charros de aquí, esos que rematan bailando el jarabe tapatío. Su clima y ubicación, su entorno conjugado con el todo lo que ha llamado a esos espíritus festivos a poblar esta gallarda tierra, que apenas cumplió su primer centenario.

Es esta ciudad, con sabor a pueblo, de gente alegre y sencilla y que ha sabido destacar a nivel nacional e internacional siendo pionera en separación de desechos, medicina natural y cooperativismo; de igual manera ha sobresalido en música, deporte, religión y, destacándose en otro extremo, alguno que otro bragado con todo y su corrido además de su cinematografía.

Me aventuraré a describir, junto con los paisanos copartícipes, no menos de cien fiestas y tradiciones que en su gran mayoría aún se conservan y otras que no como el agua zarca del pipón, los danzantes de Manuel, el “pitahayero”, como la leche bronca y sus pajaretes.

Por: Leonel Michel Velasco

 

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Fiestas

Las dos principales…