MATRIMONIO A LA FUERZA
Por: Juan M. Negrete
Sábado 4 de mayo de 2024.- El título de esta colaboración alude a una situación embarazosa, como la que insinúa en su tan conocida pieza de teatro el gran dramaturgo francés, Moliere, con su ‘Médico a palos’. Los contenidos de la figura empero vienen a ser distintos. Porque a lo que alude nuestro matrimonio no voluntario remite a la conjunción de los partidos políticos mexicanos (PRI, PAN y PRD), o tal vez nada más a sus siglas y a quienes dan la cara por su representación.
El grueso de las militancias de cada uno de los partidos mencionados se está tragando este sapo, como se han tragado todas las amargas medicinas del pasado, derivado del hecho de que jamás han operado a su interior los modos democráticos de actuar. Esta viene a ser entonces una mancha más al tigre. No hablamos de novedad alguna. Tal vez ocurre despropósito similar en la coalición de los partidos en el gobierno (Morena, PT y Verde). Pero hoy no toca alzar la crítica a este flanco del espectro, sino al de enfrente.
¿Por qué les aplicaríamos la figura de matrimonio forzado y no el de conveniencia, por ejemplo, o cualquiera otro menos comprometedor? Hay que rastrear algunos de sus pasos históricos de fondo, para que nos ilustren sobre el desaguisado presente y que nos otorguen la razón. Para empezar, hay que establecer que, de acuerdo al registro público u oficial de los partidos vigentes en el país, el lugar primo le pertenece a las siglas del PAN. Como fue fundado en 1939, funge en tales registros como el partido más antiguo de nuestro espectro grillo, a nivel nacional.
¿Es más viejo que el PRI, entonces? No lo sería. Porque lo que es el esqueleto o la estructura central del PRI nos viene desde 1929, es decir una década antes de la aparición del PAN. Pero como no arrancó con la nomenclatura o las siglas de PRI, sino que las cambió dos veces en su trajín, antes de nominarse PRI, pues sus siglas últimas o actuales vienen siendo más nuevas o posteriores a las de PAN. Esto es intrascendente en realidad, pero hay que dar cuenta de ello, cuando se haya de hablar de sus orígenes.
El gobierno de Cárdenas montó una estructura republicana en el sexenio que le tocó manejar la política nacional, en la que se le dieron prioridad sobre todo a tres renglones. En el campo, se desmantelaron las haciendas y se les repartió la tierra a los labradores. En el mundo laboral, se armaron los sindicatos y se privilegió el resolver los litigios a favor de la clase trabajadora. Y en la cuestión de la soberanía del país, o sea en los recursos públicos que quedaban bajo la administración oficial, se implantó su explotación encauzada al beneficio de las masas, del pueblo mexicano como se dice ahora.
Uno de los actos más audaces de este tercer rubro vino a ser la famosa expropiación petrolera, medida de fuerza gubernamental tomada el año de 1938. Fue la gota que derramó el vaso de la paciencia de nuestra oligarquía. Decidió ésta alzar la voz y las manos para frenar la política revolucionaria y fundaron este instituto político, que, desde arranque fue denominado PAN. Ni estaban de acuerdo con la expropiación de los recursos naturales, para ponerlos abiertamente al servicio de las causas prioritarias de la población, ni aceptaban el reparto agrario o el crecimiento de las conquistas obreras.
Así nació el PAN y entró a la lisa política en contra de las directrices del gobierno estatuido. Casi una década después la denominación del partido oficial pasó a ser PRI. Fueron pues décadas enteras de confrontación de estos dos siglados. Con el del PRI, la población en general entendía las escuelas laicas y gratuitas, la vigencia y operatividad de los sindicatos, el servicio de las clínicas en todo el país y todo lo demás que ya conocemos.
Levantar las banderas azules, o del PAN, era lo mismo que pretender que volviéramos al porfiriato y algo más; que le abriéramos de nuevo las fronteras a los extranjeros, para que ricos forasteros se apoderasen de nuestros bienes nacionales. Es decir, la propuesta panista consistía simple y llanamente en mantener de rodillas a los trabajadores mexicanos y a sus familias. Los que imponían barreras y obstáculos a estas absurdas pretensiones eran los que promovían la llegada al poder al tinglado del PRI y lo sostenían en él.
Ocurrió lo impensable. Con los años, el PRI dobló las manitas. No es difícil presentar los procesos de traición en los que se acunó tal perversión. Desde 1982, con la llegada al poder ejecutivo de Miguel de la Madrid, los llamados en aquellos días tecnócratas le modificaron la plana al PRI y le implantaron la ideología del PAN. No borraron renglón alguno. Las directrices desde el poder ejecutivo obedecían al panismo. El PRI desapareció del escenario.
Pero vino Morena y retomó aquellos viejos principios traicionados. Nuestro gran público lo entendió con toda claridad y le dio su respaldo masivo. Es la razón de fondo por la que, en 2018, las proclamas de AMLO y su partido aparecieron en el escenario nacional con tanta pujanza y no han dejado de crecer. El espectro de la oposición, motejado ahora con toda claridad como PRIAN, no raja. Montó toda una baratija publicitaria, que es más pendenciera y alevosa que propositiva. No vemos que enarbole propuesta valiosa alguna, pero se mantienen en la lisa, así los veamos todos como un matrimonio forzado, como un connubio mal avenido; como si les hubieran casado los progenitores, poniéndoles a los dos una pistola a la espalda. Y ahí están. ¿Durarán juntos después de su desastre electoral que viene? Ya lo veremos.