FILOSOFANDO: ¡VIVA VILLA, CABRONES…!

Por: Juan Manuel Negrete

Sábado 22 de julio de 2023.- El pasado jueves, día 20 de julio, se cumplió el centenario del artero asesinato de uno de los héroes más queridos de nuestra historia, fundador y jefe de la División del Norte, mi general Francisco Villa. Le tendieron una celada por las calles de Parral, Chihuahua. Nada pudieron hacer él mismo, ni los guardias que solían protegerlo y que estaban curados de espantos. La emboscada logró su objetivo y el cuerpo de Villa se fue de entre nosotros.

Desde antes de su desaparición física estaba convertido en uno de los mitos más incrustados en el imaginario de nuestros paisanos y ahí sigue. Por más que sus enemigos tejieran historias absurdas y descalificaciones en torno a su obra, la conciencia del mexicano medio lo trepó al nicho del altar de sus amores y es de suponerse que ya no lograrán tirarlo de ese sitial.

El diario La Jornada publicó ese día una foto suya. Se le mira con un pañuelo en la mano secándose las lágrimas.  Se afirma a pie de foto que estaba en el sepelio de Francisco I. Madero, deturpado y asesinado, siendo presidente de la república. Al día siguiente, en la sección del Correo Ilustrado, una carta firmada por Francisco A. Ochoa Silva, da por falsa dicha información y nos aclara: La fotografía fue tomada el 8 de diciembre de 1914, casi dos años después, luego de haberse reunido con Zapata en la Ciudad de México. Quien aparece a su derecha leyendo el discurso a nombre de la División del Norte como homenaje es el doctor Miguel Silva González, ex gobernador de Michoacán y jefe de las Brigadas Sanitarias de la División del Norte.

Por los datos tan precisos señalados en esta carta y por el segundo apellido del firmante, es de suponerse que se trate de un familiar directo del doctor Miguel Silva, que llegó a gobernador de Michoacán. Debe tratarse de una foto oficial pues en poder de dicha familia. Pero no especulemos.

Estas aclaraciones hicieron acordarme de una anécdota que me ocurrió en la casa del doctor Lapuente, de la UdeG, tenido por una de las cabezas más brillantes y, por tanto, uno de nuestros intelectuales en casa de mayor peso. Departíamos amigablemente con él y revisábamos las portadas de las publicaciones que nuestra universidad le donaba casi sin regateo alguno. Por ahí surgió esta misma foto. Interrogado Lapuente por alguno de los presentes sobre el origen de tal ilustración, nos dio la misma respuesta que trae el titular de La Jornada. Y no sólo eso. Agregó que, con ser un varón muy valiente y atrevido, el centauro del norte era muy llorón.

Yo intervine de inmediato y le corregí la plana a nuestro querido intelectual. Esa información por fuerza, dije, tiene que ser falsa. Villa acababa de escaparse de la cárcel de Tlatelolco, a donde lo había recluido mediante su poder y sus influencias su archienemigo Victoriano Huerta. Y recién escapado, huyó a esconderse a San Antonio. Cuando Madero es depuesto de la presidencia y luego asesinado, Villa no estaba en el país. No pudo entonces haber asistido personalmente al sepelio del presidente asesinado.

Como el grueso de los presentes se componía de historiadores y le reconocían a Lapuente todos los méritos de un intelectual de polendas, hubo más de uno que tomó a mal la corrección que hice. Ninguno se atrevió a contradecirme. No les faltaron ganas. Pero el mismo Lapuente aceptó que era un punto de difícil aclaración, pues se trataba de un documento fotográfico del que se sostenía tal afirmación. Así lo dejamos entonces. Hoy veo que, gracias a la corrección de esta toma, la precisión del dato que manejé me dio la razón.

Y ya que estamos de recuerdos, traeré a colación otros dos. El primero tiene que ver con una simpleza. En mi infancia fui conocido por el apodo de “el villista”. Resulta que mis abuelitos maternos me enviaban todos los días a una ordeña, muy tempranito, para que se les entregara su dotación de leche recién ordeñada. Un sobrino de mi abuelo le surtía de este alimento. Me enviaban a mí para recogerlo y de pasada me bebía mi infaltable vaso de leche espumosa recién ordeñada. Se me ponían en el labio superior unos bigotones blancos estilo villista. Aparte, cuando hacía frío que era casi a diario, yo me enfundaba en un sarape negro de lana, similar a la estampa de los hombres que seguían al centauro. Ese parecido me puso en la galería de los dorados de mi general.

La otra razón, que tengo que documentar porque lo acabo de conocer, es un supuesto juicio sumario que salió de su ronco pecho, tras hacer autocrítica él mismo de la derrota que había sufrido su ejército popular en Celaya: Si hubieran estado con nosotros los batallones de Pedro Zamora y de Saturnino (La Perra), estoy seguro que no habríamos perdido esta batalla.

Tal vez hubiera acontecido así o el resultado desafortunado de dicho combate hubiera sido el mismo. Lo importante del hecho es que la zona de Jalisco, en donde se abrazó el ideal villista con toda el alma, se mantuvo vivo y nos impregnó a todos los que nacimos y crecimos en esta zona. Por supuesto que me refiero a la pobrería, porque nuestros ricardos, los hacendados, siempre lo detestaron e hicieron todo lo posible para que la leyenda negra sobre Villa prendiera y todos termináramos detestándolo. Pero no pudieron salirse con la suya. Así que gritar que viva Villa, con todo el pecho, es lo mismo que decir, aquí y donde quiera: ¡Viva México, cabrones…! Y el que se haya quemado, que se sople.

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