La Casa del Padre

Leonel Michel Velasco

Antes de reanudar la caminata de regreso a casa, le dije a mi chiquilla, si cruzábamos esa lomita saldríamos a la Casa del Padre, un apacible lugar donde podríamos continuar la búsqueda de la estrella Sirio con su varita del roble de Ejutla; comernos la torta de panela y el par de naranjas y manzanas que traía en mi mochila, me pregunto, creo que no tanto por ella sino por mi –¿y no queda más lejos? – No mucho el camino es diferente y muy cambiante, para un paisajista o fotógrafo le sería de mayor agrado, si regresamos por donde venimos es más corto y directo agarramos pura bajada con pendiente más dura y por la casa del padre, solo tenemos un columpio con una leve subida y saldríamos directamente a la Capillita del cerrito ahí donde elegimos la estrella de tu varita; al parecer esto le convenció y así lo hicimos, en el camino nos encontramos saludando con un ademán y una breve charla sin detener el paso con tres jóvenes quienes preguntaron –¿a donde van? –A la casa del padre–, de hay venimos, –¿y ustedes?– –a darnos un chapuzón,– –ahí estuvimos– –adiós-, –adiós–;

a uno de ellos lo mire con intenciones de regresarse y acompañarnos, pero creo que Victoria para mi alivio no le hizo mucho jalón; al llegar a la casa nos encontramos a dos jornaleros que se preparaban un caldillo de pescado bagre, que sembraban en un gran estanque artificial frente a la casa del padre, para almacenar el agua de lluvia que en tiempo de secas sirve para dar de beber al ganado; luciendo como una quieta, reflejante y rebosante laguna, que pareciera natural; muy comedida y amablemente nos ofrecieron su ya oloroso caldillo que no tardaría en estar listo, agradeciendo nos sentamos en cuclillas alrededor del cocimiento y correspondiendo les ofrecí mi torta que uno de ellos para pronto acepto, aduciendo que este ya era el tercer día que comía pescado, ya que para no perder tiempo y energía en ir y venir a El Grullo, prefería pernoctar en la casa y comer lo que estaba a su alcance, además del pescado nos comento que uno de sus perros la noche anterior habían cazado un conejo, mismo que asaron untándole un preparado con chile seco y sal que trituraron con piedra agregándole manteca, dijo –hey, también hay ciruelas y todavía quedan algunas pitahayas, nomas que ya llovidas dizque aflojan el estomago– mi chiquilla, ofrece su torta habiéndole motivado la platica o persuadido el riquísimo olor del caldillo que ya estaba listo, en lo que partí y ofrecí las manzanas y naranjas Victoria escudriño la casa, regresa y pregunta ¿por qué la casa no tiene camas, mesas ni sillas, solo herramientas? Respondiendo el que le acepto su torta –bueno es que aquí no vive nadie, nosotros nos quedamos porque ya estamos cansados y cuando llueve pos aquí nos metemos y aquí dormimos, nuestros muchachos dos míos y otro de mi compadre, esos van y vienen dos veces diarias, hasta se van trotando y jugando parejas (carreras) y ni se les nota que se cansan, yo nomas me acuerdo cuando tenía su edad le interrumpí diciéndole –creó que ya los conocimos, nos dijeron que iban a darse un chapuzón–  contestando –si esos son y de ahí bajan al pueblo pa comer y luego regresan-, para pronto Victoria pregunta –¿y el que traía cachucha es su hijo? –noo, yo soy su padrino ese inquieto chavalo es de mi compa Mariano– vuelve a preguntar –y se llama como su papá, –no se llama como yo, Diego–, nuevamente interrumpí dando un escandaloso sorbo al caliente caldillo que Mariano ya me había servido en un jarro, junto con un verde chile amor y su limón, exclamando mmm…… esta, ¡sabrosísimo!, A lo que Diegodijo, –la torta no canta mal las rancheras, un poco ahogona a falta de saliva por aquí tengo el remedio– dio unos pasos hacia la laguna y extrajo un refresco de dos litros, junto con una bolinga de mezcal, los mezclo, me acercó uno bolsita con sal y medio limón  y me dijo –gusta una teporocha– agradeciéndole le dije –el mezcal prefiero tomármelo solo– prontamente me dio la fresca bolinga, vertí un poco en el mismo jarro del caldillo que ya rato había desocupado; Mariano quien estaba un poco apartado fumándose un cigarrillo, se acerca, ofreciéndome uno a lo que le dije, –ya voy por los doce años que lo deje gracias– un poco desairado tomo asiento y pregunto, –¿allá pal Grullo, como les fue con la borrasca de añochi?, Porque aquí estuvo fea, no nos dejo dormir, creíamos que nos iba a volar el techo– y agregó –desde antier que estábamos asando el conejo sabíamos que la cosa se iba a poner fea, los fantasmas que habitan en esta casa andaban muy inquietos, seguido se acercaban a las brazas, no se si por el olor a conejo o porque ahí eran más visibles así como queriéndonos decir algo y luego se elevaban perdiéndose a la vista, así como las chispas que de repente arrancan del carbón y se pierden en la oscuridad–. Intervino Diegodiciendo –ps, la verdad yo le decía a Mariano ya deja de fumar esas mariguanazas, lo decía nomás pa ver si yo, no me estaba sugestionando se lo decía despacito, porque la verdad ps, yo también los estaba mirando– note que Victoria estaba absorta con la platica de los fantasmas, como si ella los percibiera, cuando de pronto Diego nos dijo –bueno mis amigo nosotros tenemos que ir a alzar unas milpas a ese coamil y luego a cortar las puntas a los magueyes donde pastorea el ganado pa. que no se vallan a picar los ojos–. Nos extendieron sus recias y maltratadas manos, a la vez que Mariano, logrando ruborizarme nos dijo –¿y como se llaman?– me adelante diciéndole –disculpen soy Leonel– seguidamente mi chiquilla trompuda, –yo Victoria, Giselle M. G.– les di las gracias deseándoles un buen día, guíe a Victoria por donde sale el sol, hacia una loma más alta del cerro, desde donde se divisa El Limón, La Ciénega y a la derecha parte de El Grullo, entre otras menores poblaciones del hermoso valle, después de un buen rato de contemplación, asiendo tiempo, con la personal y mal sana intención, de no encontrarnos a los jóvenes, sobre todo al hijo de Mariano…, me dirigí a extraer un seco quiote con su piña, elimine su raíz, las hojas y algo del material blando del interior de la parte inferior de la piña, dejándolo más liviano y listo para ser ahuecado, diciéndole a Giselle, –mira con esto se puede hacer un instrumento como una trompeta–, -!tan grande!, Se parece a las que sacan en las películas de los gladiadores romanos– si le dije –hay un señor en El Grullo que utilizando los cuatro elementos naturales básicos del universo: fuego, viento, agua y tierra; quema este material blando fibroso, sin quemar la corteza y ya tiene su trompeta rígida, delgada y liviana de una sola pieza sin hoyos o fracturas y sellada en su interior con sal y baba de órgano pitayero, o de sábila; esto sería un buen regalo para tu madre, ¿tu que dices se lo llevamos? –siii– bien, tendrás que ayudarme porque seis o siete quilos a la larga siempre pesan, lo tome de la piña y Victoria del otro extremo y reanudamos la caminata de bajada, siendo menor el esfuerzo pero no para mis rodillas a lo que tomando mis precauciones en las partes más inclinadas bajaba de lado y cuando así se requería tomando el quiste cargándolo de forma equilibrada sobre mi hombro, pronto divisamos el hermoso valle de El Grullo, donde me espera una semana de magulladas piernas y hasta las posaderas. Cruzamos la cuenca de lo que fue el arroyo la manga llegando al centro de la planicie donde el remolino se llevo la varita e invite a Victoria a descansar contemplando la puesta del sol, antes de bajar a la capilla…, viendo feliz a mi Victoria; yo como que si aún traía atravesado al tal Diego, algo no anda bien en mi, pero la contemplación del atardecer junto con mi chiquilla y al reconocer mi desliz pronto disipe mis mordaces sentimientos. Ya casi las ocho con los últimos rayos del sol reflejando el final de un día más, bajamos a la capilla para dar gracias y observar el hueco que dejara la estrella sirio en el manto guadalupano, pidiendo encontrar la varita para llenar ese hueco; divisando nuestro hogar donde me esperaba una semana de necesario reposo.

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