Aún en la Memoria Campesina.

Rodolfo Gónzalez Figueroa.

Me escapo de la modernidad y me voy con los ancianos de Tetapán, Municipio de Zapotitlán de Vadillo, Jalisco, donde, poco a poco voy encontrando una necesidad social de encuentro, una como atracción de unidad que había sido suprimida por el modelo de sociedad desunificado, desbiologizado, desnaturalizado, desplanetizado. Ahí, cuando me reúno con los ancianos de Tetapán el futuro es el pasado. Los relatos pretéritos se vuelven recomendaciones futuras, y las anécdotas creadas en la Milpa manifiestan esperanza. Cuando estas personas cuentan su pasado y viajan en su memoria, una expresión de alegría nostálgica evidencia la bella recreación de la vida que en aquellos tiempos se daba en la parcela.

     -Ahora ya no, dice triste, Don José, antes pensar en la milpa era pensar en que había comida y trabajo. Ahora la Milpa ya casi ni hay por el uso de químicos. Ya ni se siembra maíz con frijol. Con los ancianos y ancianas de Tetapán, se crea un espacio de viaje al pasado. Don José, de 96 años, así cuenta. El es el que más cuenta, será porque no mira. Pero a decir verdad, ¿para que ver? Si lo que se ve en la actualidad son cosas que la gente de antes ni imaginaba que pasarían. Don José siempre tiene los ojos cerrados pero mantiene la memoria abierta. Habla del maíz, de la yunta, del arado, de las especies que convivían en un mismo lugar y de historias inspiradas en la tierra.

     Por su parte, comenta Doña Santos, que lo que más extraña de antes es que había hombres trabajando siempre con la yunta de bueyes, con los yugos bien puestos (¿albur?) y ellas iban a llevar el lonche, había que comer en la parcela y mucho trabajo. El tiempo ya no es el mismo, cada día tiende a cambiar. Últimamente los días son más rápidos, pero en Tetapán, con el grupo de ancianas y ancianos esto no ocurre, pues el sentimiento expresado a través de los recuerdos supera dimensiones establecidas y lógicas impuestas.

     Como la de Don Refugio, que con tristeza y parlamento lento, revela que lo que más extraña es trabajar como trabajaba antes. Es decir, todo el día. Orita ya no se puede,-dice- ya no es igual, cuando tenía 35 años me iba a trabajar desde antes de amanecer y volvía en la noche contento de estar en la labor, pero orita ya no, ya nomás llega el medio día y los huesos me duelen. Luego compara esto con el modo de vida actual, ¿algún joven podrá trabajar en el campo todo el día? ¿Podría tener, al  menos, esa voluntad y ese gusto? El señor se ríe asumiendo que la juventud actual de plano necesita otro tipo de educación que arraigue, no que expulse.

     Ramona, es una una señora de más de 40 años que alegremente echa a andar su memoria y comparte con agrado todo lo que antes hacía desde que amanecía, –me iba a los mangos hasta arriba al cerro y a gusto, feliz de la vida, luego a lavar en el río, a llevar el lonche, para volver hacer la comida y así pa arriba y pa abajo. Yo creo por eso hay mucha obesidad ahora. Pos también íbamos a moler el nixtamal a mano y todo caminando, todo era ejercicio. Y lo que comíamos era natural. Aquí, la experiencia local nos hace deducir que la forma de vida anterior no sólo implicaba una actividad física constante, además se complementaba con una alimentación natural, local, estacional, las estaciones del año, recuerda la gente, eran quienes marcaban la dieta alimenticia.  Por ello la escases de obesidad en aquellos tiempos, por eso también, la falta de energía y por lo tanto de voluntad de la juventud de ahora que nomas ingieren comida procesada. La alimentación como elemento de deterioro social en la actualidad, la alimentación como fortalecimiento personal en la anterioridad.

      Los diálogos en Tetapan, con esta gente, rememoran un tiempo que existe aún, un modo arraigado en las plantas, en la tierra. El intercambio de sabidurías allí nos motiva a creer que esa reminiscencia del Vivir Bien destella fertilidad para el futuro. Necesitamos mas encuentros entre seres sabios y sabias. Estos ancianos y ancianas cada vez me contagian de alegría cuando cuentan, compartiendo su sentimiento más que el conocimiento, que sembrar era una fiesta, dar tierra un regocijo, cosechar era otra fiesta y el trabajo era lo que unía a la gente. No que ahora es el trabajo lo que nos desune.

 Al siguiente día:

     Tetapán resplandece en quietud al medio día. Por la calle circulan algunas bolsas de plástico y en círculos fugaces desaparecen con el viento. Nadie camina en esa soledad. “Pueblo de Viejos” Dicen los mismos viejos en una de las reuniones que tuve con ellas. Y ellos.

     Cuando llega el jueves, que es día de reunión de ancianas y ancianos, es cuando se ve gente en la calle. Es que al medio día en esta comunidad el sol quema, los pocos jóvenes que quedan se van a  trabajar a La Primavera, Bioparques, Desert Glory, empresas agroindustriales establecidas en la región y sólo se ven llegar los camiones distribuidores de Coca-cola, Sabritas, Sonrics, Marinela, etc. Dejando tras de sí los exhibidores llenos de chatarra, las bolsas de las comerciantes vacías y la salud de las personas amenazada.

¿A quién le venden sus productos estos camiones?

     “Poca gente, cada vez menos, este pueblo pronto será fantasma” Presagia con tristeza don “Chayito” mientras desgrana con sus manos callosas, curtidas de tierra, unos molcates que su hija le dejó en la carretilla, bajo el mezquite que este año quedó mutilado por el Huracán Jova.

     En cambio Don José, opina distinto, el piensa que Tetapán no quedará solo. Imagina que quizá pronto los aguacateros y el aguacate les dará trabajo a los jóvenes, intuye que aunque sea gente de afuera, principalmente Michoacanos, quién entra el Municipio a sembrar, ellos les darán trabajo para que no salgan a las Agroempresas  y así pueda la economía mejorar y los jóvenes quedarse. Pero, de pronto Don José, hace una pausa…” ¿Quién entonces va sembrar el maíz y agarrar el arado? ¿Quién continuará cuidando la semilla y haciendo la labor como nosotros? A nadie le interesa”. Don José se confunde, mira al piso, cierra los ojos y se los talla con sus manos que evidencian todo un esfuerzo por cuidar la tierra y los maíces.

Queda un silencio entre el grupo.

     Ellas y ellos emprenden un viaje nostálgico hacia el pasado, un recorrido por la memoria, largo andar, empolvados recuerdos, sentimientos encontrados.

     “También lo del costalillo”; recuerda y habla, de pronto, Doña Esperanza, “es una cosa que antes nos unía y nos daba trabajo. Todos sabíamos hacer costalillo, sabíamos tejerlo y luego íbamos a venderlo o cambiarlo por cargas de leña, de maíz si no teníamos, o traíamos algunas frutas. Así era nomás, si tenías cosecha y sabias hacer costalillo pues estabas bien”.

     El costalillo, es una especie de morral, hecho con la fibra del maguey. El maguey es buena planta, generosa y que sirve de mucho, dice aquí la gente. Antes complementaba la vida en el campo. Muchos tenían su taberna para hacer vino o mezcal. El vino servía para las fiestas, para ponerle al ponche y para motivar el trabajo, las alegrías, las distenciones, las inspiraciones y las buenas sensaciones.

     “Yo me echaba mis vinos después de cada jornada”, cuenta, con entusiasmo, Don José. “Es como para festejar que cumplimos la tarea. Y era del que yo hacía. Luego mi mujer y los hijos con la fibra se ponían hacer el costalillo. Yo llevaba el maíz, la calabaza, el frijol. Y ellos traían otras comidas para complementar con lo que se vendía del costalillo y cambiábamos por varias cosas”.

     Melancolía pura se despide en la reunión. Las miradas no miran lo que hay alrededor, están contemplando el interior, el pasado. Las miradas de los presentes traspasan estructuras, se van con el aire a tocar con el corazón los tiempos aquellos del calzón de manta y la trenza alegre y coqueta.  Para unos está bien recordar porque se reviven sentimientos. Y revivir lo pasado, hace creer muchas de las veces, que la realidad si se puede transformar, aunque sea un ratito, aunque sea desde nuestro interior, aunque cerremos los ojos.

     Invisivilizar el presente, desfragmentar el dolor, hacer que la crudeza de la crisis actual se vea olvidada con la poderosa memoria, la inmortal, la eterna e invencible memoria campesina, que se echa andar, que desenrolla lo enrrollado por la opresión, que despliega esperanzas y contundentes visiones de que pronto, no debe tardar, la sociedad volverá a ser lo que fue.

      “No entiendo porque a los jóvenes no les gustan las comidas de aquí, ya no les gusta el nopal, el bonete, es más unos ni frijoles quieren”, asevera Santitos. Pero Goya le responde; “yo veo que a los niños chiquitos cuando uno les empieza a dar, si les gusta todo lo natural y se lo comen. Será porque no saben todavía de otras cosas”.

Los niños, una oportunidad, muchas ilusiones.

     El campo educó a esta gente. En el grupo no son más de tres los que saben tomar el lápiz y escribir lo que saben leer. La mayoría ignora la lectura escrita y desconocen la escritura en papel. Pero todos y todas supieron leer su tierra y escribir con surcos sobre ella.

     Habría que dejar de mandar los niños a la escuela, “para que se eduquen como nosotros, los jóvenes ya no les interesa, pero los niños quizá sí, hay que llevarlos a la labor”, afirma don Chayito.

Una propuesta bastante humana, necesaria y urgente, pienso yo.

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