Las dos principales fiestas grullenses de antaño van de la mano, como el agua y el aceite, sin mezclarse.
El uno de enero inicia la fiesta religiosa que se prolonga hasta el 12; luego, al día siguiente, la fiesta pagana, que dura otros 12 días. Difiriendo de los arrepentidos, como quien dice, primero me doy golpes de pecho y luego jalo la reata – o pido perdón – y luego profanamente me doy permiso.
Continúan las cabañuelas (días de fiesta que se agregan para los muy picados) con el propósito de beneficiar alguna institución.
Fiesta Patronal dedicada a Santa María de Guadalupe.
Ésta, organizada de tal manera que incluye la participación de todo el municipio dividido en sectores, además de la representación de las parroquias Santa María de Guadalupe, el Sagrado Corazón y, recientemente, San José Obrero.
Las procesiones sectoriales en su peregrinar son observadas con todo respeto en las calles por las que pasan.
Inician desde la parroquia o sector al que pertenecen para finalizar en la parroquia de Santa María de Guadalupe. Al frente va el carro alegórico anunciando el sector que representa, seguido por los ligeros y hábiles danzantes, muy bien ataviados y con su música de tambor y violín o chirimía. Luego, muy ordenadamente, con vela encendida en mano y algunos hasta uniformados, los peregrinos del sector van entonando cánticos y alabanzas, continúa la banda de música sonorizando el ambiente religioso festivo, sin faltar “La Guadalupana” y “Las Mañanitas”. Al final, a prudente distancia, el cohetero.
Al término de la celebración, a escuchar la serenata con la Banda Municipal y degustar algunos tamales, enchiladas, churros u otra golosina, sin faltar las charlas informales en espera de que el reloj marque las 10:00 de la noche para la quema del castillo, que es donado año con año por algún feligrés en honor a Santa María de Guadalupe, en la fe de verse favorecido multiplicando sus ingresos.
Rebeldía tener un chiquero con una puerca parida con 11 cerditos en medio del rancho, donde la secretaría de salud lo prohíbe.
Rebeldía tener un huerto de traspatio con 15 variedades de hortaliza en una zona urbana donde nadie se lo imagina y donde Aurrera comienza su quiebra.
Rebeldía no podar el árbol de tamarindo de 50 años de edad, no tumbar el mango de 75 años que llena la casa de hojarasca y la barriga de dulzura en tiempo de fruta.
Rebeldía salir solo, de noche y caminando a observar el cielo, leer las estrellas, gozar el atrevimiento y prescindir del miedo.
Rebeldía conservar 6 variedades de maíces nativos, reproducirlos, nutrirse mutuamente, generar soberanía ofendiendo a Monsanto.
Rebeldía mantener la técnica y el gusto por trabajar la tierra tradicionalmente, negarse a los apoyos que impulsan lo modernización, la tecnificación, la especialización, la contaminación.
Rebeldía escuchar la música del viento, del territorio vivo, cerrar los oídos a las modas sonoras y abrir la percepción a la canción del corazón.
Rebeldía jugar como niña, llorar como niño, ser infantil y buscar siempre la diversión en los detalles pequeños.
Rebeldía ser homosexual sensible en tiempos de machismo asesino, no tener partido, ni religión, ni amo.
Rebeldía seguir vivo y ser libre.
Rebeldía poder reír a carcajada en medio de un frívolo discurso político de la amnesia.
Rebeldía negarse a aceptar los programas de gobierno de la sumisión y el despojo.
Rebeldía no reconocer como único y mejor el conocimiento científico ofertado en la universidades que despoja el saber y niega la sabiduría de la abuela.
Rebeldía crear y creer nuestras teorías, validarlas con la experiencia, organizar desde el sentimiento propio la vida nuestra, de la familia, de la comunidad.
Rebeldía cocinar en fogón los frijoles y el maíz cosechados en casa.
Rebeldía hacer trueque, intercambio, regalar abrazos, esperanza, energía.
Rebeldía ser solidario, compartir la comida.
Rebeldía no ir al médico, consultar a los y las sanadoras, encontrar medicina en cada planta, en cada respiro, en cada buena emoción.
Rebeldía andar descalzo, generar callos, sentir la tierra, vivir con la tierra.
Rebeldía defender lo propio, fortalecer los modos y formas locales.
Rebeldía escribir lo que se piensa, hacer público lo que sentimos, compartir la indignación, la felicidad, hacer lo que se dice.
Rebeldía día a día, cuando saludamos al sol, respiramos profundo y sin consultar relojes ni jefes desenvolvemos nuestro quehacer por amor.
Rebeldía actuar sin la razón, desapegados de la posesión.
Rebeldía y osadía seguir alegres y sanos y juntos y fuertes y abrazarnos y ser más y más y cada vez más.
Rebeldía seguir creyendo muy tercamente que otro mundo es posible, que los tiempos venideros serán mejores, que aquí y ahora decretamos; ¡libertad!
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