¿Vuelve la Gran Colombia?
Juan M. Negrete
Las intemperancias y estupideces que escupe a rabiar el salvaje inquilino de la Casa Blanca gringa llegan ya a extremos no imaginados. De lo último hay que entresacarle los embustes contra Maduro y contra Petro. De ambos dijo que son capos de cárteles de la droga. O sea que son dos narcopresidentes y que los dos son terroristas.
Apostrofó luego con obligar a Colombia a abrir sus espacios para que, desde ese flanco, las fuerzas armadas gringas invadan y sometan a Venezuela. Petro se negó a tal posibilidad. Se opuso, como era la reacción natural esperada, por razones mínimas de soberanía territorial. Y en el extremo de sus declaraciones se autodefinió como bolivariano. Le asiste toda la razón del mundo.
A la hora de la conformación de su nación, la mirada de Simón Bolívar, el libertador, estaba dirigida a construir y mantener integrado el gran territorio que ahora ocupan Colombia y Venezuela. Incluía también entonces lo que ahora conocemos como Ecuador y Perú. No era un sueño, sino la realidad concreta de aquellos días.
Pero el libertador iba a enfrentar una fuerza dinámica dispersiva del territorio, que había aglutinado su revolución de independencia de la península española. Esa dinámica de atomización en naciones minúsculas, a las que ahora se les califica como balcanización, provenía del reino sajón, que por aquellos días aún era poderoso. Traía de compañero un aprendiz que terminó superando al maestro, la nueva república de las trece colonias. Luego se vino a llamar Estados Unidos de América. Más adelante se autodenominan América, sin más. En ésas andamos.
Para entenderle mejor a este litigio tan viejo, no nos caería nada mal entrarle en una carrerita, aunque sea corta, a pasajes históricos relativos a este asunto, pues las veleidades y medidas de fuerza que anda tomando ya el imperio en decadencia, ha conseguido que se reunifique la Gran Colombia. Si llega a lograrse éste, que ahora sí es un sueño de los latinoamericanistas, habremos dado un paso agigantado no sólo en la unificación de nuestros pueblos dispersados a la brava y a la mala, sino sobre todo en la liberación objetiva y real, que tanto hemos buscado. Muchos, no todos; y menos nuestra gente que suele llegar a los gobiernos.
Pero no nos distraigamos más. Vayamos a esculcar el sentido de estos pasajes históricos propuestos, por ver si le entendemos bien al remolque que andamos enfrentando. Por supuesto que viene a ser tarea que rebasará los espacios que dedicamos a nuestros análisis semanales. Pero nos daremos la libertad de darle continuidad, hasta que supongamos que le hemos hallado la traza. Vamos pues con nuestra hacha.
¿Qué cosas se discutían, recién consolidada la independencia de nuestros países? En Bolivarismo y Monroísmo, Vasconcelos evalúa el esfuerzo integracionista de nuestros próceres independentistas en el famoso congreso de Panamá. Luego se refiere a una segunda experiencia histórica, instancia mexicana, el congreso de Tacubaya. Dice que, siendo Lucas Alamán ministro de relaciones, en la presidencia de Bustamante, se encargó de la convocatoria y realización del evento. Leemos:
“Lo primero que hizo [Alamán] para ubicar a México frente al exterior fue reanudar el esfuerzo roto en Panamá. Al efecto, convocó el Congreso de Tacubaya. No mencionan este congreso las historias elementales de las escuelas de Hispanoamérica. Y eso que se celebró con asistencia de representantes de cada nación iberoamericana y llegó a conclusiones ya no simplemente románticas, como los postulados de Panamá, sino altamente novedosas y trascendentales.
“ Lo más importante para el porvenir iberoamericano quedó definido allí, pero también allí mismo quedó condenado. Lo más importante, que jamás haya hecho un estadista del continente, fue la concertación de una liga aduanera iberoamericana, que Alamán hizo aprobar. La firmaron unánimemente los delegados, pese a la oposición del ministro y del departamento de estado norteamericanos… No era justo, alegaban éstos, dejar a los Estados Unidos fuera de ese consorcio económico creado por la liga aduanera hispanoamericana. Los Estados Unidos ‘también eran república’.
“ El monroísmo excluye a los europeos de las ventajas de América, pero había ayudado a los países de América; por lo mismo, los Estados Unidos debían incorporarse a la liga. Alamán no tenía ningún compromiso con el monroísmo. No era ya de la generación que se alió con Inglaterra para batir a España. Alamán creía en la raza, creía en el idioma, creía en la comunidad religiosa. En suma, Alamán daba al bolivarismo el contenido que le estaba faltando. Sin sobresaltos, liquidaba al monroísmo. Con Alamán nace el hispanoamericanismo en definida posición frente al hibridismo panamericanista. Convenció a los delegados de la América española, que sin excepción votaron su plan. Alamán venció en el congreso a la luz de la discusión esclarecida.
“Adams, derrotado, no se conformó. Al servicio de Adams estaba Poinsett… Las logias de Poinsett derrocaron al gobierno, al que servía Alamán. Triunfó la primera revolución ‘liberal’ y Alamán quedó excluido no sólo del gobierno, de la opinión del país, del corazón de sus conciudadanos. Lo persiguió el nuevo gobierno, lo calumnió la propaganda monroizante. El panamericanismo se apuntó su primera victoria mexicana. El hispanoamericanismo cayó con Alamán, para no levantarse más en todo el siglo, no obstante, uno que otro intento más o menos falsificado.”
Aquí dejamos hoy el alegato. Le seguimos la próxima semana. Gracias.


