LA ANUNCIADA REFORMA ELECTORAL, RENOVACIÓN IMPERIOSA

Por Pedro Vargas Avalos.

Hay un principio inequívoco que se atribuye al pensador insigne Miguel de Unamuno (1864-1936), el cual sostiene: el progreso consiste en renovarse.  Es decir, cambiar para mejorar, puesto que lo estático tiende a retrasarse y esto a ser anacrónico. En consecuencia, resulta conveniente en la vida la actitud de reforma, y si es posible, no andar con medias tasas, sino que el cambio sea radical.

En nuestra Patria, desde la consumación de la independencia (1821) hubo esfuerzos por avanzar sustancialmente, a pesar de fuertes oposiciones. Tal fue el caso del concepto de república que venció a la pauta tradicional de la monarquía, representada por el calculador Iturbide (1822-1823). Luego se dio el gran paso de abatir el centralismo, adoptando el sistema federal en 1824: en este impulso, el forjador del federalismo fue el jalisciense Prisciliano Sánchez.

La historia nacional nos ilustra que, a pesar de los zarpazos de los conservadores, la república federal salió avante: sometió a los centralistas encarnados por personajes como Santa Anna y Lucas Alamán. Igualmente doblegó a los reaccionarios en la Guerra de Tres Años (1858-1861) y enseguida a los traidores (los conservadores, aglutinantes de realistas, centralistas y reaccionarios) quienes, aliados a los franceses, infructuosamente trajeron a Maximiliano de Austria en 1864, como emperador, mismo que al cabo de escasos tres años, fue fusilado en el Cerro de las Campanas, Querétaro, en 1867.

 Restaurada la República federal, conforme el proverbio de “renovarse o morir”, fue realidad la Reforma, que, sustancialmente separando a la iglesia del Estado, confirmó la independencia política del país. Todavía bajo el porfiriato (1877-1911) hubo la reaparición de los conservadores por medio de la facción llamada de “los científicos”, que eran los usufructuarios del patrimonio nacional, en detrimento de la mayoría de los mexicanos. La Revolución maderista de 1910-1911, no pudo acabar a tales depredadores, pero devolvió al pueblo su libertad democrática bajo la divisa de “Sufragio Efectivo. No Reelección”. Y aunque hubo el nefasto episodio del huertismo (1913-1914), con la Constitución de 1917, se culminó la transformación iniciada por el apóstol Madero, pero ahora rebasando lo político para incluir lo social.

Desde ese año en que la Revolución mexicana nos dio la Carta Magna de Querétaro, que trazó el diputado por Guadalajara, Luis Manuel Rojas (por tal motivo presidente del Congreso Constituyente) se acreditó la reforma integral de la nación. A partir de entonces solo se han llevado a cabo innovaciones sectoriales: el petróleo en 1938, la  Seguridad Social en 1943, la eléctrica en 1960 y la electoral en varios pasos, de 1990 (creación del IFE) hasta 2014 con el moderno INE. Con uno y otro, se logró excluir al poder ejecutivo del organismo (1996) y se reconocieron las Agrupaciones Políticas, para vigorizar la democracia. Este organismo (INE) ya implementó las elecciones de 2015, sin pena ni gloria; las presidenciales de 2018, cuando triunfó apabullantemente la izquierda; luego la llamada “mas grande de la historia” por el número de cargos a elegir, en junio de 2021 y, actualmente, está organizando la revocación de mandato presidencial (10 de abril) y los comicios para junio 5 de 2022, a fin de renovar 6 gubernaturas.

Aunque todo parecería que en materia de elecciones se transita como miel sobre hojuelas, resulta que no es así. Veamos los problemas subsistentes hasta ahora: a) el INE es el organismo electoral más caro del mundo; b) los consejeros, guiados por su presidente  (Lorenzo Córdoba y Ciro Murayama) en vez de árbitros, son verdaderos actores, con tangibles inclinaciones hacia tal o cual partido, o mostrando antipatías a otros; c) el subsidio hacia los partidos con registro, son exagerados e inmerecidos; d) los mecanismos de nombramiento tanto de Consejeros como de magistrados del Tribunal Federal Electoral, no son transparentes y obedecen a cuotas de partidos pactadas “en lo oscurito”; e) Consejeros y magistrados, se han negado a percibir salarios tal como ordena la Constitución en su artículo 127 (ganar menos que el presidente de la república), y a sujetarse a la ley de Austeridad Republicana (hacen gastos excesivos y se otorgan privilegios); f)hay actividades duplicadas con los OPLES (Organismos Públicos Locales Electorales), lo cual complica y encarece los procesos comiciales; g) la ciudadanía está en contra de los diputados y senadores que llegan a esos cargos por “representación”; h)hacer más expedito el voto de los ciudadanos que residen en el extranjero; i) se debe reglamentar para evitar el “trapecismo” y las impropias mudanzas de legisladores, que sin rubor se prestan para cambiar de grupo parlamentario o simplemente reniegan del partido que los postuló, y se afilian a otros que incluso son antípodas del que los llevó al cargo, con lo que traicionan no solo al partido de origen, sino a los votantes que los respaldaron.

Por lo enumerado anteriormente, entre otros aspectos que se deben tratar, para afianzar nuestra democracia, procede una nueva reforma electoral que comprometa a partidos y líderes estar a la altura de la ciudadanía y la república. Sin embargo, como dice una estudiosa: “los partidos políticos cambian de nombre, pero se forman de igual modo, y en el fondo son los mismos a través de las diferentes etapas de la historia”. (Doralicia Carmona Dávila, autora de Memoria Política de México.) O sea, que los conservadores de ayer, siguen en la palestra con diferente nombre, pero son fácilmente identificables, así como son los transformadores.

Entre nosotros, realmente siempre se han disputado el poder dos ideologías (organizadas en partidos), y que, según la escritora antedicha, son: aquella “que cree que el engrandecimiento de la Patria sólo se logrará por la conservación de los antiguos moldes, …costumbres o sistemas”, y la que estima necesaria “la reforma de las ideas y de los sistemas existentes y la adopción de otros nuevos”. Una ideología es la del partido conservador, nombre típico y apropiado, porque sus ideas en política se resumen diciendo que es preciso conservar el estado de cosas existente puesto que con ese sistema ha marchado la Patria. La otra ideología se engloba en el partido renovador, “puesto que sus ideas en política se resumen diciendo que es preciso reformar”. 

El pasado día 29 de marzo, dijo el Presidente López Obrador: pasando el 10 de abril “vamos a enviar una iniciativa de reforma a la Constitución para garantizar la democracia en México, …esto es, que no haya consejeros, que no haya magistrados que no tengan vocación democrática. Y también que se garantice el voto libre, secreto, que no haya fraudes electorales. Enseguida agregó: “les adelanto, voy a proponer que sea el pueblo el que elija a los consejeros electorales y a los magistrados de manera directa”.

Ante el sobresalto del anuncio, se le preguntó sobre el mecanismo para integrar el INE y al Tribunal Electoral,  exteriorizando: “Los tres poderes van a presentar a ciudadanos, verdaderamente independientes, de inobjetable honestidad; cada poder va a presentar a 20 ciudadanos, 60 para el caso de consejeros y algo parecido en el caso de magistrados, y esos 60 van a ser votados en elecciones abiertas y el que saque más votos ese va a ser el presidente, buscando que sean mitad mujeres, mitad hombres”.

La anterior idea, AMLO la enfatizó al día siguiente: “la democracia es el poder del pueblo, …en una democracia el soberano, el que manda, es el pueblo”. Por ello, la ciudadanía es quien debe elegir a los consejeros y magistrados electorales: Ya se acabó la idea de que ‘los órganos electorales y las instituciones tenían que estar en manos de gente de élite, ya sea de la academia o de la política”.

Posteriormente bosquejó otros temas de la revelada enmienda, destacando el presupuesto: ¿Por qué va a costar tanto -el ramo electoral- si podemos ahorrar la mitad? ¿Por qué 20 mil millones y por qué no 10 mil? Sí, cuesta mucho, el INE “es el organismo electoral más caro del mundo y, además, sin confianza”. Por ello la exigencia de transformarlo.

Finalmente, apuntó el renglón de los plurinominales: ¿para qué tantos diputados o tantos senadores? En este tema, las grandes mayorías de mexicanos están de acuerdo en que se disminuyan los diputados, y que se eliminen los senadores, que llegan en ambos casos, por el favoritismo de las cupulas partidistas y que nunca hacen labor para ganar votos. Y sin embargo suelen ser los más influyentes en las cámaras. Y se adiciona la iniciativa al incluir la posible supresión de los OPLES, con lo que lograrían enormes ahorros a los Estados, que de esa forma tendrían mayores recursos para resolver problemas en pro de la sociedad. 

Las oposiciones han reaccionado iracundamente. Desde José Woldenberg, convertido en santón del ramo electoral, hasta los líderes de partidos adversarios, algunos empresarios, ciertas agrupaciones y comentócratas. En general acusan al presidente de querer regresar a tiempos idos (como si antes no hubiese derroches, desvíos y falta de democracia). Y con mas empeño, señalan que AMLO busca hacer una “república de un solo hombre”, pues controlaría, con esas modificaciones, a todos los poderes y los organismos autónomos. Por ello, terminantes afirman que la susodicha iniciativa de reforma no pasará. Y se autoproclaman como escudos y salvaguardas del INE, el organismo que hace años, ellos se adjudicaron como botín.

Pronto conoceremos el texto de la anunciada nueva reforma electoral, y sea como fuere, no cabe duda de que los problemas característicos de nuestro sistema político, deben ser encarados y resueltos a fondo, teniendo como base la pluralidad ideológica y el respeto, para consolidar nuestra democracia, y, antes que nada, la fortaleza nacional.