DE PODER A PODER

Por Pedro Vargas Avalos

El apasionante oficio del periodismo, en todas y cada una de sus modalidades, es pieza fundamental para la comunidad. Informar y emitir opinión, médula de la comunicación, son recios fundamentos de la cultura, la democracia y la civilización. Un pueblo bien informado, es garantía de progreso y esencia de virtudes cívicas, factores indispensables para ejercer y defender los derechos humanos.

En cualquiera nación, poseer buena prensa supone instituciones sanas y por tanto, ciudadanos avezados; como consecuencia, gobierno ceñido a las leyes y funcionarios con vocación de servicio.

Al aparecer irregularidades, ya en la administración pública, ya en las actividades del sector privado, el periodismo debe surgir y con flamígero índice señalar esas anomalías; luego, previa comprobación, a quienes incumba, habrán de dictar las medidas correctivas que corresponda, permitiendo de esa forma proseguir la marcha de personas e instituciones, dentro del marco de la ley.

En otro ámbito, el periodismo salvaguarda los valores culturales, consolida el pensamiento y es elemento eficiente para, complementando escuela y familia, elevar el civismo de la juventud y de los adultos. Como resultado, la niñez tendrá excelentes ejemplos para forjarse, y con el tiempo ser buenos ciudadanos. El periodismo pues, es una nervadura que debe abarcar todo quehacer humano, ajustada invariablemente a la veracidad, la libertad, la democracia y la justicia.

Con razón afirmó el gran periodista y filósofo Eugenio María de Hostos: “No hay ningún sacerdocio más alto que el del periodista; pero, por lo mismo, no hay sacerdocio que imponga más deberes, y por lo mismo, no hay sacerdocio más expuesto a ser peor”.

Cuando la información acrecentó su importancia, los empresarios vieron que podría generar utilidades, y paulatinamente se apoderaron de los medios. Desplazaron a los exponentes quijotescos de la prensa, y enseguida, suplantaron a las cooperativas que enarbolaban el estandarte del periodismo genuino.

Muchos dueños de medios, además de ganancias, vieron que se les daban lugares privilegiados oficiales y del sector privado; entonces olvidaron que el periodismo no está para aplaudir al gobierno o a tal Partido, ni solapar abusos, sino para decir verdades, señalar equívocos, incrementar el civismo popular y apuntalar la cultura.

Es de observar que, a pesar de lo anterior, en nuestra Patria seguían y por fortuna siguen habiendo, exponentes de la prensa como sostenía un clásico: “Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás” (R. Kapuscinsky). Es oportuno recordar los cinco principios que este eminente escritor dijo debe tener el periodista: ver, estar, oír, compartir y pensar.

Por todo lo antedicho, la prensa se ganó la denominación de ser “el cuarto poder” y en general, tuvo un aceptable reconocimiento de confianza social, aunque es necesario aceptar que, según mediciones internacionales, la prensa mexicana ha perdido puntos, y de cerca de 60, ahora anda en un 44 por ciento de credibilidad.

Actualmente contemplamos que, por el surgimiento en 2018, de un régimen distinto en su proceder y fines, a los que lo precedieron (llamados neoliberales), se han ocasionado constantes desencuentros entre el poder Ejecutivo Federal y los señores del tradicional Cuarto Poder. Un día si y otro también, la mayoría de los grandes medios informativos chocan con el gobierno, sosteniendo éste, que aquellos publican muchas mentiras, y sus comentaristas numerosas críticas inconsistentes. El sector privado, el mundo empresarial, ordinariamente queda al margen de críticas severas.

Después de dos años y medio de administración, el presidente abrió el pasado miércoles 30 de junio, en sus conferencias de prensa llamadas “mañaneras”, una sección de “quien es quien” en las mentiras publicadas en la semana, “como un mecanismo de réplica de su gobierno para exhibir las noticias falsas divulgadas en medios de comunicación y redes sociales” (La Jornada).

Inmediatamente sobrevinieron dos tipos de reacciones: la de muchos comentócratas, intelectuales y otrora privilegiados periodistas (Joaquín López Dóriga, Raymundo Riva Palacio, Sergio Aguayo, Dennis Dresser, etc.) e incluso personajes como Carmen Aristegui, quienes calificaron ese ejercicio como un completo despropósito, acusando al mandatario de querer ser dueño de la verdad absoluta. Además, agregaron que pretende amedrentar, intimidar a la prensa independiente (¿?) y con ello reprimir la libertad de expresión.

Al reflexionar al respecto, se interroga uno: ¿cuál intimidación, cuál acoso a la libertad de expresión si dicen y publican lo que quieren? Y finalmente, ¿prensa independiente? ¡Averígüelo Vargas!

Por otra parte, acreditados periodistas como Julio Astillero, Rubén Luengas o Jorge Armando Rocha, defienden esa novedosa fórmula de informar al pueblo, (sugiriendo algunas adecuaciones) puesto que para nadie es secreto la serie de notas falsas que publica la prensa tradicional, o interpretan los llamados comentaristas exorgánicos.

El titular del poder ejecutivo fue claro: “En los últimos tiempos, por el predominio de la política neoliberal o neoporfirista, la mentira en los medios se convirtió en una constante y no había derecho de réplica; y ahora sí hay réplica, se garantiza el derecho a la información, no hay censura, hay libertades plenas y esto es muy bueno para consolidar la democracia.”

En efecto, el periodismo debe ser constructivo, de provecho y siempre ajustado a la verdad, para cumplir lo que pregonaba Francisco Zarco: “No escribas como periodista, lo que no puedas sostener como hombre.” Por ello, no se debe desvirtuar esa maravillosa lección de vida que es ser periodista, personaje éste, que desde su singular tribuna suele ser escuchado por el pueblo y atendido por empresarios y políticos, prerrogativa que muy pocos seres humanos suelen poseer.

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