La Cueva de Goña

Leonel Michel Velasco

Después de recolectar una buena cantidad de los casi extintos agüilotes, ahí frente al reconocido centro de recuperación antes “Las Hojas” le propuse a mi niña Victoria ir a la cueva de Goña, avivada su natural curiosidad para pronto me preguntó — ¿en dónde es, queda lejos, qué hay ahí,?—  tratando de  saciar su curiosidad le indiqué que solo teníamos que cruzar el arroyo del tigre, brincar un lienzo y trepar a la cúspide del empinado cerro que teníamos enfrente.

—¡¡Vamos!! — Ok le dije, deja me despido del padrino José Noel, que desde ayer está de guardia aquí en el Centro de Recuperación y desde donde estaba le grité ¡¡Noel!!, reconociéndome respondió —qué hay tío—  nariz bolas, sólo para saludarte, voy a llevar a Victoria a la cueva, -órale pues, espéreme; – luego llegó con dos litros de agua preparada con limones, sal, bicarbonato y miel,  —para que no les falte energía si se van a ir por aquí, ps está pesado, regrésense por donde usted ya sabe, por el camino de los que van a Talpa rumbo a El Grullo, un poco más largo, pero seguro— aseveró. Nos despedimos dándole las gracias por todo, diciéndonos —ps ya que—.

Emprendimos nuestra aventura cruzando el seco arroyo, luego el lienzo y a escalar la cuesta en un ángulo de 30-35 grados, entre breñas, grandes piedras, brincándolas, rodeándolas en ocasiones cruzando a cuatro puntos, por lo que el ascenso fue muy pausado, haciendo paradas de entre 5 y 7 minutos para tomar aliento y resarcir la garganta con nuestra saliva aguilatada que de vez en vez la untábamos a los arañazos sangrantes de brazos, piernas y cara, y/o también para desprender la  maleza que se adhería a la ropa; no hay camino ni vereda, se hace al andar en el empinado monte, abriéndonos paso por donde nos latía, normalmente yo seguía a Victoria quien encontraba mejores maneras de continuar, de ladito, agachadas entre pequeños espacios de densa breña, sin voltear para atrás, de vez en vez alzábamos la vista para darnos cuenta que aún nos faltaba un buen trecho, parábamos empapados en sudor tomando pequeños tragos de la energetizante bebida, que entre sorbos le platicaba de los ricos hacendados Ribera, llegados en 1880 de la Paz Baja California Sur, ex dueños de las Haciendas Ayuquila e Ixtlán y el suelo que pisamos incluida la cueva y, sí que eran ricos estos Ribera… 

De la Ex hacienda de Ixtlán, Solo resta el retrete 

Ya en El Grullo y en el lugar le platicaré, divagando con las huellas y riquezas de los hacendados Ribera y sus enormes fincas de lo que fue la hacienda de Ixtán, antes de que esta memoria física sea borrada, ya que a la fecha solo queda como testimonio un agonizante pequeño espacio del retrete…; también le platicare del pendenciero Nicolas, quien fue un amigo de mi padre.

Goña (Gorgonia Rivera).

En la esquina de Jalisco e Hidalgo en segunda planta se encontraba un tapanco, desde ahí Doña Gorgonia, repartía monedas de plata y oro a los necesitados de la población. En su honor, una calle y una escuela, llevan su nombre. Llegados los tiempos difíciles 1910 – 1926 de revueltas armadas, entre revolucionarios, bandoleros, pelones y cristeros, los despojos eran muy comunes razón por la que los pudientes escondían sus bienes y a sus hijos tratando de evitar ultrajes de hijas y enlistamientos forzosos de los varones; se cuenta de Goña, que su cuantiosa fortuna permanecía enterrada en diferentes puntos de su finca y que para mayor seguridad fue transportada poco a poco a lomo de burro para ser escondida en la cueva, que actualmente lleva su nombre; así mismo en noviembre de 2010 se realizo un festival de cortometraje titulado “Vete a la Goña” está en Internet, ya se lo mostraré.   

La Cueva de Goña.

Se cuentan osadas hazañas de buscadores de tesoros; se platica de un señor que amarró de la cintura y entrepiernas a un valiente chiquillo descolgándolo entre el volar de murciélagos hasta tocar piso, algunos 6 metros, y que de ahí el niño entre murciélagos y el fuerte olor de sus heces, avanzó unas 66 brazadas que bien podrían considerarse en metros, después de un rato sin avances y de gritos sin respuesta, dándole leves jalones a la cuerda que, pareciera estaba atorada, tiró con toda su fuerza arrastrando al pequeño, con mal presagio e intuitivamente apresuró el fuerte jaloneo hasta mirarle inmóvil en el fondo, sorprendido y después de una breve pausa entre sollozos y fuertes respiraciones, levantó apresuradamente al muchacho hasta tomarlo en sus brazos y sí, el niño medio inconsciente aún presionaba en sus manos dos moneas de oro, dejando otras brillando en el fondo, al poco rato el niño con garganta constipada, lleno de fluido nasal y lagrimeo, murió…

(Al día siguiente, un buscador recogió las monedas que el niño dejó en el fondo y fue al funeral les acompaño hasta el panteón y al término del acto funebre, al padre del chamaco se las entrego, diciéndole -esto era del valiente Juanito-).

Dada esa evidencia de lo que para muchos es una leyenda y para otros no, ya que son evidentes los rastros dejados por los buscadores de tesoros; innumerables hoyos por toda la cuesta del cerro, se dice que al píe de la montaña por donde pasa el arroyo del tigre, existía una angosta entrada por donde pasaban apretadamente varios caballos sin silla donde pernoctaban o, se escondían gavillas de todo tipo, hasta ahora no se sabe de las dimensiones del interior de esta cueva que buscadores de tesoros dinamitaron logrando enterrarla en vez de abrirla; hace poco un vidente de Ayutla, le dijo a un amigo apodado El Charlatán, que no buscara arriba que la entrada estaba al pie del cerro sobre el arroyo el tigre. (hay evidencias de que llegadas las lluvias, desde la hoy única entrada, se escucha el agua, como un rugir del tigre).

A la vez que le platicaba y recordaba, reflexionaba en Victoria, con el paso de los años como recordaría sus propias experiencias…

Enorme piedra más grande que las de guadalajarita  

Al fin llegamos a la cúspide, trepé a una enorme piedra (donde encontré un mascarilla de oxigeno…) para ubicar la cueva cuesta abajo; ya en ella Victoria, en un silencio sin viento, alzando su vista con movimientos circulares de ojos y cuello, se percato que no se veían ni se escuchaban pájaros, le dije que a lo mejor por estar tan empinado el cerro no conservaba agua y, sumándole las secas…) pero si, los únicos pájaros, estaba en el fondo de la obscura cueva, olorosa a guhano, que por cierto de inhalar sus esporas produce enfermedad en las vías respiratorias, similares a la gripe, creó que por ello sacaron lo del covid 19…, habrá que pensar en que no fue el que se comieran estas nocturnas y ciegas aves, habría que pensar en su excremento y/o el cotizado abono guhano de gran beneficio para la agricultura, que ha lo mejor es el único tesoro que hoy, se podría encontrar en la cueva.

Antes de ingresar a la Cueva de Goña.

Foto: Noel Michel

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