¿Te sientes ofendido?

Sobre la autoestima y el sufrir por las ofensas, a la memoria de Amador Por Ramón Montes Barreto

En estos tiempos difíciles, cuando una pandemia se haya en curso, tengo mucho espacio para reflexionar y, mis recuerdos me llevan a mi infancia y, en especial creo recordar con mucha fidelidad a mi hermano, dos años mayor que yo, Amador Montes Barreto, quien de manera frecuente, se sentía ofendido por palabras o acciones que no necesariamente eran dirigidas a él.

En una familia que se llegó a formar por catorce hermanos (de los cuales, quedamos once, pues tres de ellos murieron siendo pequeños), las condiciones de vida y las constantes carencias económicas hacían que, en cada hora de comida, a veces la única que se presentaba en ese día, hubiera enojos y envidias por lo que él veía en otros platos que, de acuerdo con su percepción, estarían mejor servidos que el suyo.

Así era Amador, las cosas más sencillas y, sin embargo, que pasaban en esas vidas rurales, en una familia que luchaba todos los días para poder tener algo que comer, siendo esa la principal preocupación de nuestra mamá y de nosotros, los hermanos más grandes de la numerosa prole formada por Don José y Doña María quienes nos dieron los apellidos Montes y Barreto respectivamente, le causaban estados de ánimo, sintiendo ofensas que no eran para él.

Pero, entonces y ahora me pregunto ¿Por qué existen algunas personas se pasan gran parte de sus vidas sintiéndose ofendidas por cosas que nadie les hizo?

Quiero citar el caso de esos sentimientos en mi hermano Amador, 40 años después, ilustrando con el siguiente evento: En el año 2000, estos once hermanos nos pusimos de acuerdo para celebrar los 50 años de la boda de nuestros padres. Acordamos fecha, hora, misa, fiesta, música con la Tradicional Banda Municipal de El Grullo, bebidas, invitados y cómo íbamos a vestir ese día. Algunos de esos hermanos y hermanas radican en San José y en Riverside, California; Mi hermano Amador en Houston, Texas; Juan Ramón en Dolores Hidalgo, Guanajuato; Mayte en Acapulco, Guerrero y yo, que radico entre Puebla y Coyoacán CdMx. De manera que todos de acuerdo llegamos uniformados a la misa, y Amador, por un retraso en su vuelo, no alcanzó a llegar a misa, sino que se presentó directamente en El Club de Leones, cuando ya estaba en curso la celebración.

Con la novedad de que no llevaba el uniforme acordado, pero más allá de eso, llevaba un pantalón y camisa que exactamente coincidía con el uniforme que usaban los meseros contratados para atender a los invitados al evento. De manera que en varias ocasiones le llamaron de las mesas los invitados, confundiéndole con un prestador del servicio del banquete, situación que hizo enorme mella en su ánimo y se la pasó muy mal y reclamando a los hermanos que nosotros no le habíamos advertido y, lo habíamos ofendido con una acción como la que narro aquí, siendo complemente infortunadas las circunstancias que se reunieron para que esto pasara así. Pero él, estaba seguro de lo contrario.

Ahora, que ha pasado mucho tiempo, recordando estos hechos y con base en estudios e investigaciones académicas en que he participado, les comparto desde mi encierro anti-covid-19, algunas revelaciones para que, quien las lea, pueda cambiar el rumbo de tu vida.

Si alguna vez, te has sentido ofendido por eventos como los que he narrado aquí, sobre mi hermano, muy querido por mí y te identificas con algún evento similar, lo primero que puedo asegurarte es que: ¡Nadie amanece, en una vida normal, queriendo ofender a sus semejantes!

Si por diferentes razones que existen en tu mente, te sientes humillado u ofendido… considera la posibilidad de que ¡¡¡Ninguna persona te ha ofendido!!!

Tal vez, con esta argumentación te puedas convencer de que no son los demás quienes te han ofendido, pero es muy probable que seas tú mismo, a través de formarte expectativas sobre lo que esperas de otras personas… Voy a desarrollar algunos ejemplos que ilustren lo que trato de explicar de manera simple y llana: Todos formamos castillos de arena en nuestras mentes.

El hecho de que yo me haya enamorado loca y tiernamente de una muchacha, hace que me forme expectativas optimistas sobre la posibilidad de que ella corresponde a la intensidad de mi amor, cosa que puede ser lejana a la realidad, si no tomo conciencia de ello, me puedo frustrar y sentir que me ofende con sus desprecios, mismos que sólo correspondía con mi expectativa.

Puede ser que tú creas a pie juntillas que tus padres te quieren de cierta manera y con cierta intensidad, pero eso en tus pensamientos, aunque sea válido, no necesariamente corresponde con la realidad. Por ello es que si esperas que tus padres te dieran su amor en la forma e intensidad que tu imaginabas, y no te lo llegaron a dar en esa forma, no tienes una razón válida para sentirte ofendido o humillado.

Si esperas que un amigo entrañable o tu pareja tenga una atención o reaccione para contigo de tal o cual forma y, llegado el momento, no lo hicieron. Ese amigo o tu pareja no te ha hecho nada. Sencillamente se trata de que existe una diferencia entre las atenciones que esperabas tuvieran contigo y las que realmente hicieron. Eso que sólo está en tu mente e imaginación es lo que te lastima, ellos no.

Ahora que ya hemos comentado y ejemplificado con hermanos, amigos y tus padres, qué tal si lo intentamos con el Padre Celestial. Para ello te diré que lo que te ofende son tus creencias sobre lo que debería hacer Dios, porque Dios no anda ofendiendo ni haciendo daño a nadie.

Para que disfrutes de una vida más sana, para que no sufra tu autoestima “por causa de otras personas”, se debe tener una cierta filosofía de vida: a) Comprender que son tus propias ideas sobre cómo deberían actuar los demás las que te hacen sentir ofendido/a; b) Saber que las demás personas, son la otredad y pueden ser como quieran ser, situación que no tiene que ver con tus sentimientos; c) Tu pareja, tus padres, tus hijos y amigos/as son personas y como tal no están obligadas a hacer lo que tú quieras o imaginas que deberían hacer; d) Nadie es perfecto, la perfección es un concepto, pero en la realidad no existe; e) Sí existe una vida real que puede ser excitante y muy agradable, si te lo propones y, f) Resulta inútil y muy superficial que se gaste tu tiempo en pensar en “las ofensas” de otros. La vida es muy corta y no hay tiempo para esos lujos.

A manera de resumen, si no tienes mucho tiempo e interés por la lectura, te propongo el siguiente ejercicio práctico: Relájate y trae a tu mente esa persona y la situación con la que te ofendió en el pasado, imagina que ambos están sentados ante Dios, pregunta a esa persona por qué te ofendió. Debes escuchar con mucha atención su explicación sobre sus razones y si efectivamente resulta que lo hizo para ofenderte o humillarte, perdónale y dile adiós. Si lo haces te quedarás con una enorme paz espiritual.

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