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Sobre nuestra conflictiva vecindad

Juan M. Negrete

La más reciente trastada se refiere a un impuesto extra del cinco por ciento que el congreso gringo acaba de ventilar por una iniciativa republicana. Se trata de una mochada, para ellos, de las remesas que nos envían a casa nuestros trabajadores emigrados. Como tenemos por allá a millones de desplazados nacionales, desempleados aquí, que se fueron a buscar fortuna con los gabachos y le hallaron la cuadratura al círculo, trabajan y mandan parte de las ganancias que obtienen a los familiares que  dejaron por acá.

Para buena fortuna de estos laboriosos migrantes nuestros, la iniciativa acaba de ser derrotada. Veintiún legisladores votaron en contra de tal medida, aunque dieciséis la votaron a favor. Vino a ser sorpresivo el resultado, del que se hablaba de una aceptación más cerrada. E incluso se manejó la opción aprobatoria, lo que hubiera ampliado el caudal de las inconformidades legales entre ambas comunas, la gringa y la nuestra. Nos dan entonces un respiro, por lo pronto.

Local 17 interior del mercado municipal, más de 40 años de tradición, atendido por su amigo Alfonso Gómez el cortito

El problema es que este asunto en particular viene a ser uno entre muchos. Apenas ayer estábamos escuchando otro trajín similar con el lío del gusano barrenador. Una plaga que deambula con el ganado, que viene del sur del continente y que tiene que pasar por nuestro territorio, pues por aquí transita el ganado que consumen los gringos. Por supuesto que al entrar el ganado en nuestros horizontes, si traen aparejada consigo la plaga, nuestros bovinos no son inmunes y también le entran a la danza del contagio. Para el gobierno gringo está a la mano siempre una solución draconiana: se cierra la frontera a los bovinos y punto.

Ya nos estuvo intruyendo la presidencia sobre los pasos dados con sus homólogos gringos para reducir y, si se puede, eliminar este daño. Son procesos estrictos, pues la salud de nuestras comunas no se ha de poner al filo de tales riesgos. Mas vemos que las autoridades gringas recurren a las medidas duras sin decirnos ‘agua va’. Por eso sorprenden al despistado o al ocupado en otros menesteres. Se parecen un poco estos arranques de los bolillos a la imprevisión que se la atribuía a Villa, cuando caía en manos de sus tropas un desconocido: fusílenlo y después viriguan. Como que no están tan lejos de este modus operandi.

Hace un mes apenas, el tema sobre la mesa iba en el mismo tono del cerrojo de fronteras, aplicado al jitomate. Y si le seguimos, no paramos. Así han procedido antes con los aguacates que les exportamos, con los limones, con los mariscos y con cuanto comestible buscan gravar. Será porque busquen emparejar las cuentas para los productores de casa o para equilibrarse en la báscula de costo-beneficio, que es materia antigua y siempre puesta al tapete de las discusiones.

Mas todas estas veleidades del mundo mercantil palidecen cuando pasamos revista al trato que le dispensan al tráfico de seres humanos, que también somos materia de manejo oscuro y depredador. Era este redactor apenas un adolescente cuando escuchaba de labios de nuestros mojados, cuando se descolgaban a visitar a sus familiares por acá, que el costo que les exigían los coyotes por ayudarles a brincar la línea era de doscientos dólares. A todos los escuchas se nos hacía entonces una suma cara. Pero así eran las tasas antiguas.

Para el mismo recurso, o la misma mercancía si hemos de hablar con propiedad, se habla ahora de doce y hasta de quince mil dólares de mochada al coyote, para que les facilite a nuestros mojarras el salto ilegal en la frontera. Éstos sí son números que acalambran. Hacerse de una cantidad tan desorbitada amerita sopesar mejor el trasunto y buscarle una inversión local a este capitalito, que no es tan escaso. Con dos o trescientos mil billetitos nuestros bien se puede echar a andar una empresita que genere recursos y no trajinar la aventura gringa.

Aunque también en el renglón del tráfico de personas se cuecen las habas. Corre la especie de que los familiares más cercanos de a quien le dicen el Chapo Guzmán, vía por uno de sus hijos de nombre Ovidio, las autoridades gringas les abrieron las puertas con toda la cortesía del mundo, para que puedan abandonar nuestro país y fijen por allá su residencia. La distancia entre el trato a un hijo de vecino común y al de una familia vinculada al narco es muy notoria.

Lo primero que se le ocurre a cualquiera, que le busque tres pies al gato a este asunto, tiene que ir por la vía de las posibles conveniencias políticas. Si ya tiene rato el gobierno gringo hablando y tasando a los cárteles mexicanos de terroristas, no está claro que a una de estas familias les autoricen el paso por la frontera sin complicación alguna. Es cierto que no van a irse a vivir a algún coto privado, sino a alguna de las cárceles de allá, porque trasciende la nota de que confesarán sus malas artes y se declararán culpables. Van pues a cantar.

Pero se sepan la tonada o no, a leguas se nota de un trato preferencial y prefabricado. ¿A quiénes inculparán en sus confesiones? ¿Cuál será el contenido de su delación? ¿Cuál será el costo de estas revelaciones, aunque no tenga que ser por fuerza en numerario? ¿Será una jugada del ajedrez político de las altas esferas ejecutivas gringas para posicionarse en respuesta a la negativa del gobierno de nuestra presidencia, por no autorizarles la intervención armada en nuestros territorios? Vaya que se nos puso complejo el panorama. Y habrá que dilucidarlo.

El Fobaproa redivivo

Juan M. Negrete

Al arrancar la implantación del neoliberalismo aquí, puso a nuestros próceres a privatizar cuanto encontraron. Y se desataron, como río crecido. El gobierno se deshizo de las empresas paraestatales. Cambió de manos toda la industria nacional. La minería, la siderurgia, los puertos, las señales radiofónicas y televisivas, los teléfonos, los bancos… La riqueza nacional, pacientemente acumulada por dos generaciones de laboriosos mexicanos, fue atracada. Completita, pasó a manos de los empresarios favoritos del régimen, especialistas en heredar fortunas y despilfarrarlas luego.

Les atacó la fiebre de la privatización, como una vorágine vertiginosa. Pero no lo vivimos como atraco en despoblado. Figuraron la puja con el garlito legal de la compraventa. La enfundaron en operaciones mercantiles. ¿De dónde sacaron su fortuna todos estos compradores compulsivos, si no había en el país magnates poderosos para hacerse de bienes tan caros? Les hizo el quite la inventiva conspirativa hecha gobierno. Primero privatizaron los bancos, que habían sido nacionalizados por López Portillo en 1982, En 1991 le dieron la vuelta de tuerca. Era su maniobra clave. Tras ella, nos arrolló su avalancha.

Local 17 interior del mercado municipal, más de 40 años de tradición, atendido por su amigo Alfonso Gómez el cortito

Los bancos facilitaron créditos abundantes a quienes iba a favorecer. Les “prestaron” inmensas cantidades para realizar las transacciones. Fueron préstamos irregulares, sin avales, sin respaldos, a fin de que no iban a ser pagados. Así fue como estos señoritos, nuevos ricos, con dinero prestado abundante, presentaron posturas y realizaron su extraña compra. Extraña porque los bienes a adquirir no le pertenecían al vendedor y el comprador tampoco los trocó por dinero propio. Varios años después, estos señoritos se mostraron insolventes. No pagaban a los bancos prestamistas la deuda comprometida. Los intereses estaban corriendo. La banca se declaró en quiebra total. El futuro de nuestra economía lucía inviable. Se desfondaba. Su hoyo negro eran esos altísimos préstamos impagables.

Fue cuando Ernesto Zedillo se sacó de la manga ese engendro que llamamos FOBAPROA. Envió al parlamento la iniciativa para la creación de un fondo, en el que se soportara la ausencia de tales pagos: una bolsa que imantó a su panza todos los créditos impagables. Dispensó de sus obligaciones a los deudores privilegiados, beneficiarios de compras de oportunidad de bienes de la nación, y trasladó su pago real a la tasa impositiva, la que nos retranca a todos los ciudadanos productivos. El secreto consistió en regalar tales bienes a esos favoritos. ¿Se condonó la deuda? No. Fue permutada para ser pagada mediante el tesoro público, el que se monta cada año con los impuestos de los ciudadanos productivos. Se nos puso un plazo ‘decente’ de treinta años, como para no sentirlo.

O sea que los contribuyentes seríamos los paganos. O sea que los trabajadores cubriríamos tales adeudos. O sea que a la generación presente le fue expropiada la herencia de lo acumulado por dos generaciones anteriores de productores. O sea que la generación actual de despojados, y la que siga, va a pagar todo el banquete sin haber comido ni migajas. O sea que nos quedamos sin tesoro y lo repondremos, como si no hubiera sido nuestro. O sea que, para sentarse en la riqueza nacional, los rateros ni se despeinaron. O sea que criamos la élite de ladrones, para que controlara y dominara el futuro, la sentamos en el poder y la hicimos inmensamente rica. O sea que criamos los buitres que nos sacarían los ojos. O sea que, como sembramos vientos, cosecharíamos tempestades.

La suma estratosférica dada a conocer por tales días fue de cien mil millones redondos de dólares. Fue otro engaño decir que ciertos fondos de esa suma eran recuperables. Fue mentira oficial, como muchas otras y siempre. Pasaron treinta años mentados y no se recuperó nada. Estamos pagando toda la deuda principal y además los intereses usureros que se han estado generando. Hemos sido hipotecados. Nos robaron nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. No nos hemos sacudido tal ignominia ni en metálico, ni por vía de acuerdos ad hoc. Se nos ha dicho que todas las vías posibles de arreglo están clausuradas. No le han aflojado la cuerda al ahorcado, que es juan pueblo, el pagano de siempre. Éste es el contenido de la triste historia del Fobaproa de don Zedillo.

Van otros datos, tomados de la guasa política, que no pueden obviarse, para que mejor se encuadre el asunto. La gran estafa cruzó la aduana política sin tocar baranda. En todo el proceso el único partido, que en el parlamento se opuso a la gran estafa, fue el PRD. Los otros dos, PRI y PAN, dizque enemigos en justas electorales, actuaron de consuno, aprobándolo sin chistar. Celebraron convenios de interés con las cadenas de información masiva y cerraron rosca.

A la hora de las siguientes votaciones, hablando de la elección federal del año 2000, salió a brote la gran desinformación, en que nos mantenían sumidos. El PRI y el PAN, los instrumentos políticos para el gran atraco del Fobaproa, se llevaron tranquilos el 80% de los votos. El PRD fue por aquellos días el gran bastión opositor. Pues alcanzó apenas 20% de los sufragios. Está claro que los pillos eran dueños de la carpa, del circo, de las pistas, de los payasos y de los espectadores. ¿Cambiamos para bien?