La Deuda Externa…Droga Eterna.

El que vive de prestado, siempre vive angustiado. Por ello es preferible vivir con austeridad, pero con decoro. Este Principio es válido tanto para personas como familias, organismos o naciones.

Por Pedro Vargas Avalos

En días pasados el destacado estudioso de cuestiones económicas, Enrque Galván Ochoa, en una colaboración informó que nuestro país debe la friolera de 11 billones de pesos, suma cuantificada a partir del sexenio de Ernesto Zedillo y culminando en el período del decepcionante Enrique Peña Nieto.

Este economista al que nos referimos (Enrique Galván) en su columna “Dinero” que le publica el diario capitalino La Jornada, escribió que Zedillo dejó una deuda de un billón de pesos y luego, Viente Fox y Felipe Calderón quintuplicaron esa cifra, por lo que en 12 años, México terminó debiendo 5 billones de pesos.

Pero el asunto no quedó en esos números, sino que durante la administración del heraldo del grupo Atlacomulco, y se conjetura que también de TELEVISA, Enrique Peña Nieto, la droga (como dice el pueblo) rebasó la espeluznante cantidad de once billones de nuestros devaluados, pero no obstante, queridos pesos.

En esas condiciones resulta que México debe erogar diariamente, por el servicio de la deuda, es decir por pago de intereses, ni más ni menos que alrededor de dos mil millones de pesos, lo cual enchina el cuerpo. Y eso, gracias a la irresponsable política neoliberal, puesta en práctica invariablemente, por los deplorables antecesores del actual presidente de la República.

Los que critican acerbamente al gobierno de la Cuatro T, le condenan por su negativa para pedir préstamos al exterior; con ello, tales impugnadores lo que hacen es atrincherarse en una actitud miope cuanto mezquina, pues no les interesa endeudar más a la nación sino que se obtengan recursos, de donde sea y a cualquier precio, para alegremente repartirlos, tal como lo hicieron con el tristemente FOBAPROA, enorme adeudo que finalmente, sin temerla ni deberla, estaremos pagando los mexicanos por varios lustros, para beneficio del puñado de gandallas que saquearon la República, con punible complicidad de los mandatarios de ese tiempo.

 Debido a esa deuda externa tan irresponsablemente contraída, resulta que el Presupuesto Federal de Egresos para el año venidero de 2021, tan solo en el vital ramo de la salud contempla la gran suma de poco más de 667 mil millones de pesos, una porción de las mayores de dicho presupuesto y desde luego más que justificada; sin embargo el abono de la deuda pública es de casi 724 mil millones de pesos, es decir, relega la salud de los mexicanos a segundo plano, todo gracias a esa infame conducta de los que, en las recientes tres décadas o poco más, desgobernaron nuestra Patria.

Como consta a todos a la asfixiante deuda casi eterna que padecemos, este 2020 se le sumó la terrible pandemia del coronavirus (COVID 19) la cual generó fuertes presiones nacionales y extranjeras para que López Obrador contrajera mayor deuda: el primer magistrado nacional se opuso rotundamente y adoptando férrea disciplina de austeridad, estricto programa recaudatorio y una tozuda e integral política anticorrupción, pudo encarar la situación y no endeudar más al país. Esto es evidente y aunque no nos simpaticen algunas maneras de gobernar de AMLO, merece que se le reconozca.

Los adversarios del actual régimen no admiten nada de lo anterior y, obcecados en su visceral antagonismo, le imputan que de todos modos la deuda ha crecido. Al respecto, ellos saben mejor que nadie, que la inflación conlleva devaluaciones, y que la indispensable refinanciación, provocan inevitables incrementos de las obligaciones heredadas del prianismo, por lo que en la realidad, la multicitada deuda externa irá aumentando, pero con incrementos naturales y no por adquisición irresponsable de recursos adicionales.

De los expresidentes culpables del desbordante endeudamiento de México, la responsabilidad se reparte mayoritariamente, entre Zedillo y Fox por lo del FOBAPROA, y entre Calderón con Peña Nieto por el irrefrenable endrogamiento que, a una tolerable deuda externa, la convirtieron en una pavorosa e impagable deuda eterna.

¿Qué nos queda ahora? Saber administrar la pobreza, evitar la tentación de vivir de préstamos, trabajar fructíferamente para cumplir nuestras obligaciones y en lo posible ahorrar; asimismo, fortalecer nuestra democracia y nunca de los nuncas, bajar la guardia en la lucha sin cuartel contra la corrupción y la impunidad.