¿COVID-19 O CONVIVIR 2020?

Rodolfo González Figueroa

Como nunca antes, es evidente la interrelación de los problemas globales que padece la humanidad y el planeta como escasez de agua, contaminación, desigualdad económica, distribución de alimentos, enfermedades, cambio climático. Cuando uno de ellos se agrava, poco a poco las consecuencias se van extendiendo hacia los otros. La salud del planeta esta ligada a la salud de los ecosistemas, de los animales, de los suelos, de  las aguas, de las personas.

Decenas de autores de diversas academias, pero sobre todo, miles de personas del campo que practican la agroecología, la agricultura campesina constatan que es un ejemplo motivador y un enfoque muy integral ante las crisis naturales o impuestas. En los tiempos que atravesamos, este modelo nos permite vislumbrar la relación existente entre salud y agricultura. En la región, lo podemos sencillamente constatar con el valle cañero de monocultivo industrial y la situación de salud de la gente y del ecosistema y, en contra parte, las familias que hacen otra agricultura más diversa y el estado de su salud, su agroecosistema e incluso la salud de sus suelos.

Leyendo un artículo muy oportuno de Miguel Altieri y Clara Nicholls, donde hace referencia de cómo la Agroecología en tiempos del COVID-19, debe posicionarse como un modelo fundamental para trascender hacia otros modos de relacionamiento con la naturaleza y la producción de alimentos resaltan los siguientes datos:  «Los monocultivos a gran escala ocupan alrededor del 80% de los 1.500 millones de hectáreas dedicadas a la agricultura en todo el mundo. Debido a su baja diversidad ecológica y homogeneidad genética, son muy vulnerables a las infestaciones de malezas, invasiones de insectos y epidemias de enfermedades, y recientemente al cambio climático. ​Para controlar las plagas, se aplican alrededor de 2.300 millones de kg de pesticidas cada año, menos del 1% de los cuales alcanza las plagas objetivo. La mayoría termina en los sistemas de suelo, aire y agua, causando daños ambientales y en la salud pública estimados en mas de U$10 mil millones al año solo en los EE. UU. Estas cifras no incluyen los envenenamientos de personas por pesticidas, que a nivel mundial afectan anualmente a aproximadamente 26 millones de personas. Estos cálculos tampoco consideran los costos asociados a los efectos tóxicos agudos y crónicos que causan los pesticidas vía residuos en los alimentos».

Sí, el modelo agroindustrial, su cadena alimentaria tóxica, mata a más personas que cualquier otra pandemia. Y de paso, va matando los ecosistemas, el aire y el suelo. A esto hay que sumar sus prácticas en la producción de carnes: en la ganadería industrial, que es de donde provienen las carnes que la gente compra en los supermercados, las fincas tienen decenas de miles de cerdos, pollos, vacas confinados en donde en nombre una producción eficiente crean el clima perfecto para que virus y bacterias muten y se propaguen. Recordemos las gripes aviares y la H1N1, la gripe porcina que hace unos años se propagó y también la andaban haciendo pandemia.

Claro, existen otras formas de producción de carne y proteína, como lo son los sistemas silvopastoriles y donde la Región destaca por tener, me atrevo a decir, decenas de experiencias de ganaderos que están optando por este modelo y haciendo su transición al igual que hacia los sistemas agroecológicos y que son, sin duda, excelentes sistemas para no sólo no propagar, sino que también para contener, de alguna forma, pandemias, devaluaciones y cambios climáticos.

Hay una relación directa entre los paisajes diversos en fincas Agroecológicas y la salud de las personas (resiliencia). En contra parte, en la medida que el paisaje es menos diverso aumenta la posibilidad y alcance de virus, bacterias y enfermedades.

La agricultura industrial homogénea y suicida produce solamente tres alimentos (maíz, trigo y arroz) que están llenos de pesticidas y con ello intentan alimentar al mundo, dejando a un gran porcentaje de la población mundial malcomida, desnutrida y con baja calidad inmunológica. Pues a partir de esos alimentos hacen cientos de derivados. Muchas veces son derivados de derivados, por ejemplo el maíz en Estados Unidos antes de ser consumido por personas, fue procesado para ser alimento de ganado y después de personas (maseca).

En estos días, mencionan Altieri y Nicholls: » los gobiernos imponen restricciones a los viajes y el comercio e imponen el bloqueo de ciudades enteras para evitar la propagación de COVID-19, la fragilidad del sistema alimentario globalizado se vuelve muy evidente. Más restricciones comerciales y de viaje podrían limitar la afluencia de alimentos importados, ya sea de otros países o de otras regiones dentro de un país en particular, con consecuencias devastadoras en el acceso a los alimentos, particularmente por sectores mas pobres. Esto es crítico para los países que importan más del 50% de los alimentos que consumen sus poblaciones. También el acceso a los alimentos es critico para las ciudades con más de 5 millones de personas que, para alimentar a sus ciudadanos, requieren importar no menos de 2 mil toneladas de alimentos por día, que viajan en promedio unos 1,000 kilómetros. Claramente este es un sistema alimentario altamente insostenible, fácilmente alterado por choques externos como desastres naturales o una pandemia».

Ante estas tendencias globales, sin ahondar en los planes maquiavélicos, conspiranoicos, panópticos digitales, illuminatis, etc. ¿no será la salida regresar a las formas tradicionales de producción de alimentos que promueve la Agroecología? Diversificar los patios, regenerar los suelos, fortalecer los mercaditos locales, los tianguis, incentivar a las y los productores del pueblo, arbolizar los espacios públicos, volver a la naturaleza. La Agroecología además de brindarnos alimento de alta calidad y hacer fortalecer nuestro sistema inmunológico eleva los niveles de diversidad, de regeneración biológica, además de brindar los servicios básicos ecosistémicos como filtrar el agua, capturar carbono, conservar polinizadores, controles biológicos, retener y mejorar los suelos.

¿En dónde están los alimentos en momentos de crisis? En los supermercados o en las poblaciones campesinas que practican la Agroecología. ¿Cuál eliges? Los pequeños agricultores tienen solo el 30% de la tierra cultivable mundial y con ello producen entre el 50 y el 70% de los alimentos que se consumen en la mayoría de los países y con mejor calidad, mejorando el entorno social y ambiental. Y para reforzar, ante toda esta psicosis colectiva, hipocondrías y paranoia que se vive; el tener un huerto, ir a la parcela, regar las plantas, cosechar una zanahoria, ir al cerro por leña, recolectar una planta medicinal, un fruto de temporada o dar de comer a los animales no sólo de despeja la mente y relaja, sino que te conecta con otras formas de vida y se vuelve parte de una extensión humana que se hace menos vulnerable y más resistente hacia cualquier medida de control sea económico, mental o incluso político. 

Si no se tiene tierra y vives en la ciudad es importante reconocer qué comer debe ser un acto ecológico y político e incluso inmunológico. Hay siempre un lugar, un recoveco, alguien por ahí que ofrece un alimento local.

Finalmente, cómo menciona Altieri y Nicholls; «Es sabio en estos días reflexionar sobre el hecho de que los ecosistemas sostienen las economías (y la salud); las economías no sustentan los ecosistemas. COVID-19 nos recuerda que el tratamiento irrespetuoso de la naturaleza incluida la biodiversidad de plantas y animales tiene consecuencias, y cuando se ven perjudicadas, en última instancia, también lo son los humanos».

Entonces, ante la alarma mundial y los miedos que nos infunden, ¿correrás al supermercado a comprar esquizofrenicamente? Nosotros, aprovechando y en modo relajado, preparamos el gancho, un costal y nos fuimos a recolectar parotas (fruto de temporada) y ahora las degustamos en colectivo haciendo del alimento una comunión colectiva sagrada y entiendo que, más que desinfectar las manos hay que fortalecer nuestro cuerpo, nuestra, comunidad, nuestro territorio. Con-vivir.