La Tragedia del Mercado Corona.

Por Pedro Vargas Avalos.

Sorprendente y no tanto, fue la noticia esparcida el 4 de mayo pasado, cuando nos enteramos de que el mercado Corona de Guadalajara,  se había incendiado y que necesariamente tendría que ser demolido en su totalidad.

La mente nos trasladó al ya lejano año de 1963, cuando un  incendio lo había también destrozado, de tal manera que se cambió su fachada por  completo, desgraciadamente para empeorar, dejando atrás la impactante imagen del mercado Corona neoclásico del siglo XIX , obra del ingeniero y abogado Ambrosio Ulloa, de gratos recuerdos para los tapatíos.

Nuestro notable mercado Corona, llamado así en memoria del extraordinario jalisciense Ramón Corona, quien fue su iniciador en 1888, y que habiendo sido asesinado en 1889, en gratitud se le impuso su nombre, supo guardar el perfil original luego de la  primera vez en que el fuego lo victimó, el 15 de noviembre de 1910.

En ese año del inicio de la revolución mexicana,  el arzobispo de Guadalajara José de Jesús Ortiz, encabezó la acción para recaudar fondos y auxiliar a los comerciantes siniestrados.

En 1929 otro voraz incendio lastimó la imagen del mercado Corona; por fortuna al remodelarlo se supo guardar la línea del original, sin la belleza original de sus columnas pero al menos  con una estampa que hacía recordar mejores tiempos.

El 3 de febrero de 1953 por la madrugada, de nueva cuenta hubo una quemazón que causó perjuicios por casi medio millón de pesos. Se restauró enseguida buscando conservar lo que restaba de  su original línea arquitectónica.

La nueva quemazón que padeció nuestro entrañable mercado del centro histórico tapatío,  hizo que el 29 de marzo de 1963, aduciendo “un viejo anhelo tapatío”, el ayuntamiento aprobara la construcción del nuevo mercado Corona, con área de 4,600 metros cuadrados, de los que construidos serían 3, 720 metros, con 382 locales, y un cine en los altos. Su costo podría ser hasta de $4,600.000.00 pesos. El 12 de julio de 1963 el cabildo aprobó que iniciaran las obras tras la temporada de lluvias, y que el préstamo del Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras  Públicas, pudiera ampliarse hasta la mitad de su monto, en caso de ser necesario. El 1 de agosto de 1963 se pidió al Congreso autorizara el crédito por $2, 337,480.00 para que el Ayuntamiento reconstruyera el mercado Corona.

Entre otras razones para hacer el nuevo edificio, se arguyó que el mercado que en ese momento había, ya no era compatible con la zona, por lo que debería estar mejor presentado y ser más funcional, incluyendo un estacionamiento subterráneo para 134 autos, mezaninne y mercado de flores. Era alcalde Francisco Medina Ascensio y Secretario del Ayuntamiento Eduardo Aviña Bátiz; éste sería el sucesor del alteño, y concluiría la tarea.

Por fin en las fiestas patrias de 1965, ya siendo  el  mencionado Eduardo Aviña Bátiz,  echó a andar el nuevo centro de abasto de Guadalajara,  construido con un valor final de 4 millones y medio, de aquellos pesos que todavía valían mucho, y bajo un diseño del arquitecto Julio de la Peña, que para nuestro gusto dejó mucho que desear, quedando lejísimos del señorial mercado Corona del ingeniero Ulloa, y para colmo, sin realizar lo que inicialmente se había planeado, especialmente lo relativo al estacionamiento y a la sala cinematográfica.

Se respetó eso si, la plazuela del “Amo” Don  José Antonio Torres, el libertador de Guadalajara en 1810; pero la mediocridad de autoridades municipales dieron al traste con ese espacio cívico, y dejaron que ávidos comerciantes se apoderaran del lugar hasta desahuciar a nuestro inolvidable caudillo libertario, que fue arrojado al arroyo de la avenida Hidalgo, donde a diario protesta, no solo por lo que le hicieron a su estatua, sino por lo irresponsable de los gobiernos municipales que han permitido la pérdida de mucho de la riqueza arquitectónica de la Perla de Occidente.

Ahora bien, la pregunta inmediata fue:¿por culpa de quien se incendió el mercado?. La respuesta no es un secreto ni está lejana: se debe a la incuria de los locatarios y a la irresponsabilidad de las autoridades que consintieron un estado de cosas deplorable. Hasta que sucedió la catástrofe.

El pago de ese siniestro ahora no solo corre por cuenta de los damnificados, sino que es a cargo de los tapatíos por entero, bueno, al menos de los que pagamos impuestos. También lo sufragarán, los comerciantes bien establecidos que habrán de soportar por largos meses a los siniestrados.  Y sufrirán todos los habitantes e incluso visitantes de la ciudad, que soportarán una imagen empañada y varias áreas públicas ocupadas.

El mal ya está hecho, y lo que resta ahora es recuperar para Guadalajara parte de su identidad; nada de que en aras de la modernidad se erija un adefesio, como sucedió cuando se demolió la antigua Universidad y se hizo en su lugar la espantosa torre Lutecia; o como pasó con la hermosa manzana de la Escuela de Música y Trabajo Social, que fue derrumbada inmisericordemente para construir un enorme cuanto ordinario edificio.

La autoridad tiene la palabra; hasta la fecha no tenemos mucho de que aplaudirle, ojalá que en esta ocasión asuma su papel y logre sacara avante, tanto los intereses de los que sufrieron el incendio, como de nuestra Perla Tapatía, que por décadas ha sido ultrajada y espera que aunque sea por esta vez, se le resarza y recobre algo de su grandeza perdida.