Agregar sentido a la vida

Rodolfo González Figueroa  

Sí, escribo para dar mayor sentido al diario vivir. Pero lo hago pensando en mí, sintiéndome. Y entonces, es muy común que en lo que escribo halla un gran porcentaje de contenido de mis dramas personales, de mis frustraciones y también de mis ilusiones.

Escribir es darse, compartirse. Desnudarse un poco para entregarse así, como se es. Con los conceptos personales y con los que se le van uniendo a uno en el camino. Sean aprehendidos, copiados, imitados o interiorizados. O incluso algunos construidos en la experiencia errante personal, continuo flujo en espiral donde todo comienza en cada punto. Y donde cada punto es un nuevo comienzo, un renacer incesante en este mundo de muerte.

Como práctica cotidiana, escribir puede servir de  terapia. Vaciarse de palabras pensadas y sentidas. Descargar la pesadez para andar ligero. De modo que, también escribo para no morir. Para seguir vivo en las páginas de un diario que día con día avanzan hasta un punto indefinido. Y que, mientras tales páginas fluyen, voy contando la travesía, sintiendo lo que escribo. Para eso, para agregar sentido a la vida. 

Pero, como ejercicio social; escribir, narrar, publicar las indignaciones, los temores y las esperanzas puede ser revolucionario. Sobre todo en tiempo de silencio obligatorio y de anonimatos cibernéticos. Escribir se esgrime como un acto de insurrección y más cuando se hace en un periódico impreso. Entonces, escribir con sentido y compromiso social trasciende más de lo que uno, al estar sentado haciéndolo, puede imaginarlo.

“Escribir es la quimera que nos perpetúa. Escribir nos engrandece el alma, nos permite asombrarnos de ser quienes en algún momento pretendimos ser. Escribimos porque los objetos y los sujetos de los que hablamos no están, no estuvieron, es decir, escribimos para reinventar, para rehacer lo que ya está hecho pero también rehacerlo” desde nuestra más visceral potencia transformadora.  Lo dijo el uruguayo, Eaduardo Galeano “¿Para qué escribe uno, si no es para juntar sus pedazos? Desde que entramos a la escuela o la iglesia, la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del cuerpo y la razón del corazón”.

Y no importa en qué parte del Universo estemos ni en qué tiempo estemos viviendo, la palabra escrita nos conecta, tiende puentes, hace vínculos, empatías, simpatías. La palabra hablada se va con los vientos, se evapora con los calores,  se desvanece con la noche. La palabra impresa, permanece ahí. Por eso escribo, para cuando ya no este, seguir estando. Escribo para quedarme.

Un gran privilegio es contar con un medio de expresión libre, en donde me quedé, como lo fue, como lo es EXPRESIÓN, donde mensualmente desde hace buen rato se viene contando el acontecer regional y los modos en que este acontecer tambaleante puede fortalecerse. Un medio de información y de conexión social. Construcción de comunidad a través de un medio periodístico. Algo que pocos logran. Gracias a este periódico ahora tengo más compañeros, amistades, amigos. Y también, gracias a su Director Leonel, ahora tengo un gusto fino por las carnitas y la convivencia plena entorno a un cazo que despide ahormas que transgreden las leyes de gravedad y, con ellos, nos llevan en el diálogo a atmósferas ingrávidas donde todo termina con una carcajada.

¡Qué delicia! Las carnitas y la palabra. 

Hoy, puede ser el fin de este medio de difusión. Pero, afortunadamente, no de la palabra que, al contrario, se nos sigue fortaleciendo con el peso de los daños y el paso de los años. Salud por eso y por lo que viene: la cuasi obligación de hacernos digitales y dique sustentables. Sueños y más sueños. Sueños que se transforman.

Hagamos que los sueños se perpetúen en los actos. Y, como dijo un viejo conocido Latinoamericano; “seamos realistas, hagamos lo imposible

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