La Manga y El Charco de Los Adobes   

Leonel Michel Velasco

Cuando El Grullo era más naturaleza, allá por los años 60’s y principios de los 70’s, al norte del poblado, atrás de la capillita, pasando la antigua cancha de fútbol de los seminaristas, cada año, en la época del temporal de lluvias, se formaba el arroyo La Manga, una refrescante corriente de agua que aprovechaban los deportistas sedientos, y desde luego, toda una aventura para niños y adolescentes. Era el arroyo más cercano a El Grullo, y que desembocaba al llamado “Charco de los Adobes”, ubicado junto a un asentamiento habitacional en ese entonces de los más indigentes, situado a las orillas en la parte noreste, rumbo a la noria de donde se extraía el agua zarca trasportada en pipones a los hogares grullenses y a los cántaros de barro cocido que la conservaban muy fresca. Algunos, por aquello de los bichos y la tierra que obviamente contenía, la sudaban por los llamados “filtros” de piedra porosa volcánica. Más hacia el este, siguiendo la corriente del vertedero de aquel charco de los adobes (hoy, a un lado de la Avenida Chayito Díaz Rosas), se conectaba con la afluencia de dos grandes arroyos El Tigre y El Colomo (donde acudían hasta más allá de la noria, gran parten de la población, unos al Colomo otros al Tigre o en la afluencia de ambos, lugar llamado “el paso”, otro la tablaza en fin en el ramal de los arroyos, varios lugares con sus nombres específicos unos a bañarse y/o lavar la ropa sucia, la propia y la ajena) que con gran caudal juntos como hermanos los tres arroyos continúan bajando hacia el sur para nutrir al río Ayuquila, otro cercano lugar de esparcimiento que rodea al pueblo y que  actualmente en alguna de sus orillas existen ya asentamientos habitacionales.

Junto con los canales de riego, El Grullo está rodeado de agua, nada en ella, situación que amortigua temblores. Además de las actuales filtraciones del canal, de tiempo atrás dentro de la población un ojo de agua, el llamado Pocito Santo, situado al noreste, en el barrio con el mismo nombre fue un lugar pantanoso, en la mayor parte del municipio la profundidad del manto friático es de entre dos a seis metros; cabe señalar que los canales de riego alteraron el curso de la naturaleza pozos y norias de los cuales se abastecían los habitantes de la población, cambiaron su calidad de agua, fuentes que desde luego ya no volverán. En la actualidad y desde hace alrededor de cuarenta años, se cuenta con el agua entubada más pura, cristalina y natural que nos llega desde la sierra de Manantlán,(ojala de esta nos dieran todas las purificadoras locales, por decreto municipal) sin embargo, es poca con la que se cuenta, pues se distribuye entre las poblaciones de tres municipios, de origen solo era de El Chante, El Grullo y El Limón.

 Charco de Los Adobes

Seguramente aquí al pie del cerro recibiendo el agua del arroyo de La Manga, se amasó el barro junto con pajoso de equinos y zacate, para construir los crudos y grandes adobes con los que se construyeron la mayoría de las térmicas y flexibles primeras casas, desde la que fue la “Hacienda Zacate Grullo”, de Doña Ignacia Michel hija heredera de Don Pedro Michel, construcciones a prueba de temblores que ni cimientos requerían. Con el paso del tiempo, al dale y dale, extrayendo grandes cantidades de barro, se fue conformando el Charco de los Adobes; seguramente así fue.

Siendo un estudiante de preparatoria, en una ocasión caminé corriente abajo, el arroyo La Manga, desde la otrora cancha de los seminaristas hasta el Charco de los Adobes, cavilando en un gran parque: alrededor de la cancha de los seminaristas entre la arboleda construir mesas de cemento unas de pin pon, otras propias para jugar ajedrez o tablero que a la vez utilizarían los comensales, junto con asadores de carbón, columpios y demás juegos infantiles preferentemente artesanales, propiciando la convivencia familiar el deporte y sana recreación; abarcando hasta el charco de los adobes que en aquel entonces era una belleza de lirios flotantes, patos y garzas silvestres. El parque lo imaginé continuando el periférico (libramiento) por detrás del camposanto, el arroyo la manga y el charco de los adobes hasta conectar a la carretera a GDL a la altura de la carretera a Ejutla, sin duda un proyecto muy ambicioso.

Chayito Días Rosas, siendo la Presidente Municipal de El Grullo, 1977 Combatiendo el lirio y la proliferación de zancudos, de entre el ejercito de chiquitines, se reconoció Filiberto González Guerrero, ( al frente con camisa blanca)

Continuando con El Charco de los Adobes, dada la publicación en este medio de una fotografía del recuerdo, donde aparece más de una veintena de chiquitines en puro calzón, junto con la alcaldesa Chayito Díaz, en 1977, uno de ellos se reconoció Filiberto González Guerrero, (con camisa blanca) quien con alegría nostálgica me refirió sus gratos recuerdos del Charco de los Adobes, siendo el punto de reunión diario donde se pasaban horas y hora más de una treintena de chamacos del barrio y otros más. Relata:

—Nadábamos que era un contento, la mayoría aquí aprendimos a nadar, competíamos atravesando el charco haciendo vereda entre los lirios, nos aventábamos clavados desde una bardita y a la sombra de un guamúchil. En una ocasión a un compañero se le ocurrió hacer una lancha con unas tabla pegadas con chapopote, y sí, sí funcionó; a mí me dieron la comisión con un apaste de sacar el agua que se metiera… empecé lento y al rato ya no me daba abasto, hasta que se desbarató la canoa y todos fuimos a dar al agua—.

— No supe quien sembró los peces (chopas, pez de temporada) que con rudimentarios anzuelos con un corcho para que flotara y una piedrita para darles peso y aventarlos… de carnada les poníamos un pedazo de lombriz que a orillas del mismo charco encontrábamos. Pescábamos sin mucha dificultad, en una ocasión un amigo ya mayorcito llevó una red y ahí desde la orilla cada que la aventaba extraía más de una docena, pronto llenamos dos baldes a lo que le dije que mejor los regresara que para mi y mi familia con unos cuatro teníamos, ya que eran de un buen tamaño.—

—Cuando llegaban las secas y el arroyo la Manga dejaba de fluir, El Charco se iba consumiendo formándose una ciénaga donde tomábamos pescado con las manos. Al secarse quedaba un extenso amortiguador de lirio, donde jugábamos fútbol todos descalzos y con un balón de voleibol, donde a cual más, queríamos ser porteros en nuestra cacha acolchonada; un señor que tenía sus tierras cerca del charco que ha diario pasaba por ahí y en ocasiones se quedaba observándonos, un día me llamo y me dio un balón propio del fútbol profesional diciéndome, que yo era el encargado pero que era para todos y, pues tuvimos que “mercarnos” nuestros huaraches ya que este no podíamos patearlo a raíz, con el tiempo supe que a este señor le decían el Prieto Figueroa; aquí también teníamos nuestro rin de lucha libre, nombrándonos como: El Santo, otros El Diablo Velasco (que en verdad era oriundo de El Grullo), El Médico Asesino, El Mil Máscaras en fin, todos los que estaban de moda en esos tiempos.—

—La Manga disminuyo su cauce llegándole solo un incipiente hilito y El Charco dejo de existir; los ganaderos hicieron sus represas arroyo arriba para almacenar el agua de lluvia y con ello dejé mi adolescencia—.

Hoy lo que fue el charco está lleno de casas, aunque es poca el agua de la manga se desliza lloriqueando al encuentro del colomo y el tigre, quienes a la fecha continúan inalterables.

Junta de los arroyos y el río Ayuquila, cruzando el vado rumbo a El Chacalito, Municipio de Autlán de Navarro.

Sentidas perdidas para todos aquellos que amamos más a la naturaleza, que al dinero y el progreso, en aras de ello, le hemos obligado a la naturaleza a tomar otros rumbos y muchos de ellos inesperados, impredecibles. Razón por la que existen las áreas protegidas como la sierra de Manantlan, esperemos se siga conservando inalterable.